martes, 11 de septiembre de 2007

El día que cambió el mundo

El día que cambió el mundo yo estaba currando. Imagino que la mayoría de vosotros también. En mi oficina la noticia la dio una tía que flipaba sin necesidad de ayudas “externas”, así que ni dios la hizo caso cuando dijo que un avión se había estrellado contra las Torres Gemelas de Nueva York. Unos 15 minutos después, otra compañera abrió elmundo.es y dijo aquello de: “Coño, que es verdad”, y ahí ya nos lo creímos todos. El caso es que ese día marcó un antes y un después no sólo para el mundo, su seguridad y la de sus aeropuertos – que se lo digan a Api – sino también para mi empresa: ese día la tele llegó a la cocina.

En medio del revuelo general, los jefes salieron de sus despachos y se mezclaron con “el pueblo llano”. La cosa era tan alucinante que Internet se nos quedaba corto, allí hacía falta una televisión y – creo recordar que por orden del mismísimo Sr. Presidente – la super tele de la sala de juntas se trasladó a la cocina, y allí nos sentamos todos, codo con codo, a ver arder Nueva York. En los días siguientes seguimos mirando el fuego, y cuando por fin se apagó, la tele se quedó allí, encendida.

Hasta ese día, la cocina de mi trabajo era un lugar de encuentro. Todos alargábamos la comida tomando un café, echando la charla, unas risas, y por temporadas hasta la partida (algo muy de pueblo, sí, pero que he visto yo practicar allí hasta con orujo). Pero con el 11-S llegó la tele y... se hizo el silencio. Ya no te dejaban hablar, porque si lo hacías, tenías a una legión de informáticos (los de sistemas, en desarrollo siempre han sido más... “elegantes”) chistándote para que te callaras... ¿El informativo, quizá? No señor, el Tomate. Diez tíos hechos y derechos se doblaban el tuper de mamá al ritmo que marcaba Jorge Javier Vázquez. Alguna vez puse toda mi fe en pensar que lo que de verdad les obnubilaba eran las tetas de Carmen Alcaide, pero enseguida la perdí: para mirarle las tetas a la presentadora no necesitaban silencio.

El tiempo ha ido pasando, y algunas costumbres también, pero no la de la tele. Sigue encendida, aunque ahora les ha dado (quién elige el canal es un gran misterio) por el informativo de Antena 3, pero se siguen lanzando puñales con la mirada. Ahora los lanzadores son del Madrí. Si se te ocurre pasar por delante de la tele camino del fregadero a eso de las 15.30 puedes notar el odio en tu nuca. Claramente.

Lo peor es que hay días - como hoy -, en los que me dejo abducir y me da la risa tonta cuando veo esa curiosa – y “glamorosa” - sucesión de noticias que une a Melendi en la Feria de Valladolid con Carolina Herrera en NY, o me engancho a los deportes y, para cuando me quiero dar cuenta, he desperdiciado el placer de una conversación por escuchar que “Robben ya se entrena con el grupo”.

Y todo porque, hoy hace seis años, cambió el mundo.
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2 comentarios:

Api dijo...

A mi, para no variar, el 11-S me pilló durmiendo. La noche anterior había salido así que aproveché para irme a echar la siesta, y ya al volver al trabajo... una compañera me lo contó en el autobús.

Nosotros sí que teníamos teles en el trabajo, un montón de teles cuelgan del techo. Pero al contrario que en tu curro, negra, aquí sólo se encienden para las ruedas de prensa de después de los consejos de ministros, declaraciones del presidente, grandes finales deportivas o grandes catástrofes. Ahora, por ejemplo, están todas durmiendo el sueño de los justos. Que es donde debería estar yo...

Anónimo dijo...

A mi me pilló de viaje de curro en la carretera, voy a pagar el deposito de Diesel y me encuentro que todo el mundo incluido el dependiente estaba en la cafetería viendo la tele.
Desde entonces he intentado pasar unas tijeras en la mochila de mano en el aeropuerto de San Francisco, en un juzgado... sin querer!!! El de seguridad era un armario de 2m. Pero uno ya está acostumbrado a los controles de muchos cuerpos de seguridad del estado.

Saludos