jueves, 29 de abril de 2010

Actos de libertad

Los “debates sociales” siempre me producen una especie de sensación de incomo- didad. Supongo que es, básica- mente, porque me obligan a tomar partido y hacerlo no es mi mayor afición. Sin embargo, por una u otra razón, acabo metida de lleno en algunos de ellos. Estos días, en mi lucha constante por escapar de la trampa mortal que supone para mi ver/escuchar la emisora del toro, he acabado viendo diversos fragmentos de distintos informativos en los que hablaban del uso o no del hijab en los institutos. Y claro, he terminado entrando. ¿Libertad de la mujer o libertad religiosa?, ¿religión vs. laicismo?. Para ser sincera, no sé muy bien por dónde enfocarlo.

Muchos me diréis que no es una cuestión de religión, sino de libertad o derechos de la mujer. Si estuviéramos en Afganistán no dudaría en daros la razón, lo mismo que en cualquiera de estos países donde aún lapidan mujeres por adúlteras, ahí mi postura sería claramente en contra del velo porque estoy convencida de que ellas no pueden elegir. Pero, en este caso, en este “debate social” en concreto, estamos hablando de España, un país donde cualquier adolescente musulmana puede esquivar la vigilancia paterna para quitarse el velo en el instituto si así lo desea. ¿Que es injusto hacerlas elegir entre su familia y su libertad? Es posible, pero por ahí, antes o después pasamos todos: mujeres u hombres, españoles o de cualquier otra nacionalidad.

Yo, que durante un tiempo fui incluso catequista, me confirmé y, ese mismo día, tomé la decisión de no volver a pisar una iglesia a no ser que se celebrara algo (léase bodas, bautizos, entierros y comuniones) y aquí sigo, con mi madre soltando indirectas cada vez que tiene ocasión, las vecinas mirándome con cara de estar pensando “tan maja y tan atea, la pobre”, y Ángel-el-cantante (una especie de sacristán que canta en las misas de mi pueblo para ahorrarle el trago al cura) llamándome pecadora con la mirada cada vez que me lo cruzo en las escaleras del salón de belleza. Con ésto os quiero decir que, aunque ahora, a la tierna edad de 36, todo eso me la pele, hace veinte años, cuando tomé la decisión, fue duro. Tuve que enfrentarme al enfado de mi madre, al qué dirán de los vecinos, a la presión de sus madres sobre mis amigas (que seguían yendo a misa), a los comentarios que los amigotes le hacían a mi padre en el bar y el me repetía al llegar a casa, etc, etc, y... sobreviví. Lo pasas mal tú y se lo haces pasar mal a tu familia pero, a partir de cierta edad, aceptar las imposiciones religiosas es otro acto de libertad, nadie te obliga. Así que, si una adolescente musulmana residente en Pozuelo de Alarcón, Madrid, decide llevar el velo en clase, es porque quiere.

Hace un tiempo yo estaba totalmente en contra del uso del velo, en las escuelas y en el resto de sitios, pero hoy, siendo 100% consecuente con lo que pienso, creo que el pañuelo en cuestión debería ser considerado un símbolo religioso, y si a las niñas católicas les dejan llevar un crucifijo o una medallita de la Virgen del Carmen colgando del cuello, a las niñas musulmanas las deberían dejar llevar el dichoso hijab. Si por mi fuera, yo los prohibía todos, los unos y los otros. Siempre he pensado que la escuela no es el sitio indicado para aprender religión, que eso es algo que se aprende en casa. En mi opinión son los padres y no los maestros los que deben educar a los hijos en temas espirituales.

No sé... quizá mi postura se deba simplemente a que, en el instituto público al que fuí, yo también tuve una compañera con velo. Fue la primera en dirigirme la palabra el primer día de clase, se llamaba Araceli y era monja. Durante los cuatro años que coincidimos jamás le vi el pelo – literalmente -. Del primer al último día de clase acudió vestida con el hábito reglamentario y la toca. Nada fuera de lo normal, más bien al contrario, creo que sólo la miramos una vez: cuando, después de selectividad y ya de vacaciones, apareció a recoger las notas vestida con unos vaqueros. Lo había dejado. Otro acto de libertad, supongo.

viernes, 23 de abril de 2010

El poder de la Power Balance

Cuando este verano me presentaron a mi nuevo jefe me fijé en que llevaba una pulserita naranja. Al tiempo me enteré de que era la anterior versión de la Power Balance, una pulsera que incluye una especie de imán que al parecer te templa el pulso. Hace unas semanas vi que ya no la llevaba. Pensé que como se había puesto de moda había decidido bajarse del carro. Pero no. El lunes apareció con una nueva edición, a treinta euros pagaditos en el VIPS. Me explicó que el domingo habia tenido una "crisis de swing" y corrió a comprar una. Le comenté todas las dudas sobre su efectividad que me han llegado en las últimas semanas, pero fue tajante: "se nota y mucho. no sólo con el palo de golf, también siento la mejoría con el rifle".

fundido en negro y cambio de conversación. Por si acaso.

domingo, 18 de abril de 2010

Primos lejanos

3.25 h. de la madrugada y llego de una boda. Lamentablemente, los invitados eran mis Sres. Padres, y yo sólo he acudido allí en calidad de chófer. Y digo lo de lamentablemente porque, a pesar de ser en Santander, al llegar a la catedral, me he encontrado con que la boda estaba plagada de navarros de esos con pendientico y rastas que tanto me gustan a mi. Desde aquí os lo digo: definitivamente, el hecho diferencial se extiende al Reino de Navarra...

Sin embargo, cuando a la una de la mañana he llegado al Casino a recoger a mis progenitores y a saludar a una prima de mi padre a la que tenía ganas de ver desde hace tiempo, he descubierto que, además del material importado – gran calidad, sin duda – entre la familia había también algo que rascar...

En su impagable alegría etílica, la prima me ha presentado a todos los tíos de entre 20 y 40 de la familia, incluidos sus hijos. Antes de hacerlo me los había señalado de lejos “aquel es mi hijo el mayor, y el otro, el de al lado, el pequeño”. Como sospecharéis, yo rápidamente me había inclinado hacia el pequeño – de hecho lo había hecho ya en la escalera de la iglesia antes de saber que éramos familia – pero cuando, al cabo de un rato me ha cogido del brazo al grito de “ven, que te voy a presentar al solterón” y me ha plantado delante de semejante ejemplar,que aunque joven, ya no cumple los 25... he pasado un momento malo, malo, malo.

Porque claro, una cosa es estar en una boda vestida para matar y con varios vinos, champanes y gin-tonics encima, y otra aterrizar allí con americana sí, pero despeinada, con una camiseta de Fraggle Rock, los ojitos del revés después de haber visto una peli de acción en la fila 5 de un cine y, sobre todo, sobria.

La madre empeñada en repetirle que era la hija de su primo, y el chaval contestando que estupendo, pero que no me ubicaba y mientras yo, pues sonreía, a ver qué iba a hacer. Al final el chaval, grande, ante los oídos sordos – o más bien borrachos – de su madre, me ha mirao directamente a mi (ojos verdes tienes, ladrón...) y me ha dicho: “lo siento pero... ¿se supone que nos debemos conocer?, porque yo no me acuerdo...” Y ahí, en mi mejor oportunidad para desplegar todo mi encanto personal, abro la boca y digo: “no”.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

¿Se os ocurre algo peor para ligar con el primito? A mi tampoco...

Así no es de extrañar que, cuando salía por la puerta del casino, el dj pinchara “So payaso”.