viernes, 30 de septiembre de 2011

La soledad era eso

Dejémoslo en que he pasado un mal verano, pero eso tampoco es excusa. La verdad de la verdad, creo yo, es que me sentía sola, más rodeada de gente que nunca, pero sola, esa es la explicación a la que he llegado.

Como la vida va y viene y por el camino, se entretiene, he aquí que desde mis últimos días de Irlanda hasta ahora (hace un huevo de eso, lo sé), mi relación con el Gambas había mejorado sustancialmente. Y no hablo sólo de la parte que todos probablemente estaréis pensando, que también, sino más bien de esa otra que teníamos olvidada: hablar de vez en cuando, pedirnos favores, algún consejo… ser amigos supongo, o al menos, algo que se le parece.

El caso es que, consecuencia del buen rollo reinante, en medio del verano me sorprendí a mí misma acordándome de él bastante a menudo y pensando de cuando en cuando si MBlue no tendría razón, si lo que tenía que hacer era dejarme de historias y juntarme con él, que es un tío que sabe lo que quiere y a dónde va, con el que me llevo bien, con puntos afines, gustos comunes y que además, me pone. En sus palabras, “es el hombre perfecto para ti, lo que pasa que no quieres verlo”.

Yo, más que no querer, es que directamente no lo veía, pero también es cierto que entre otras cosas que el tiempo y el espacio han atenuado, ese no verlo era porque al final siempre acabamos discutiendo. Sin embargo, ya os digo, en los últimos tiempos no. Últimamente el buen rollito campaba a sus anchas entre nosotros así que al final, zas, en un momento de bajón – maldito tiroides – acabé creyéndome lo que MBlue me decía. O casi.

Porque, a pesar de tenerlo muchos días a huevo para probar a ver si ese era el camino ni uno sólo lo intenté, y no fue miedo no, fue prudencia. O quizá sí que fue miedo, pero no al fracaso, sino miedo de mi misma, miedo de al final “conformarme”, algo que siempre he pensado que no era bueno hacer cuando hablamos de parejas. Luego pensaba en el acto de arrogancia suprema que era pensar que me estaba conformando yo - ¿por qué no él? o ¿quién ha dicho que te vaya a decir sí? – y volvía a contenerme pensando: “si un día estás segura 100% de que eso es lo que quieres, se lo dices, pero mientras, espera”. Total que un día por otro, el porcentaje nunca se completaba y yo estuve calladita y a mis cosas, que bastantes eran.

Y así llegó la Feria, momento culminante en la agenda anual del Gambas y yo, cumplidora como la que más, le deseé buena feria y continué con el buen rollismo imperante y él me siguió la corriente. Tanto que los tweets de coña y hashtag corrían como los mojitos de la feria entre nosotros, hasta que un día escribí algo “inapropiado”. En su opinión, claro está.

Después de que él hubiera tuneado su perfil en Twitter con unos moñetes típicos del traje regional de su tierra, mi mensaje fue algo así como “como molan los moños, la pena es no poder verlos en directo”. Error. Fail. Game over…

Se enfadó y procedió a afearme la conducta en privado (el Twitter no es para charlar me dijo, obviando que me llevaba yo leídas todas sus charlas de la feria), pero vamos… ese no es el punto. El punto es que su problema era que, una mente calenturienta que me conozca a mi, a él y a la feria de su pueblo, quizá pudiera pensar que una vez en un tiempo muy lejano habíamos estado juntos y eso no le convenía a su reputación 2.0.

Tal que ahí me di cuenta. Por eso sé que no es para mi. Porque me llama cuando me necesita, a su manera me aprecia, si le pido un favor siempre me lo hace, pero se avergüenza de mi. Tanto, que se agobia ante la posibilidad de que alguien nos relacione, siquiera virtualmente. Y lo vi claro, no es que MBlue no tenga razón, la tiene; sobre el papel es el hombre perfecto pour moi, pero no basta con eso y yo lo sé. Pero lo terrible de todo es que, por un momento, se me había olvidado y ahí es donde caí en que… la soledad era eso.