lunes, 31 de octubre de 2011

Doble rasero

Uno de los entretenimientos del pueblo son los cotilleos. Quién se casa, quién se divorcia, quién ha vuelto a vivir aquí después de tantos años en Madrid,… esas cositas. El caso es que el otro día me han contado uno que me tuvo dándole a la lengua casi dos horas. Puritito Sálvame local con sus divorcios, sus infidelidades, sus políticos y sus narcotraficantes.
Una cosa bien.

El caso es que la conversación se alargó tanto porque, además del “que me gusta el chisme” a LaGarbo y a mi nos dio por preguntarnos por qué unos tanto y otros tan poco, o mejor, por qué hay gente a la que se le perdona todo mientras a otros – por el mismo delito – se les condena al vacío social. Mi teoría final es que las diferencias de clase siguen existiendo y perdonamos al que consideramos por encima de nosotros pero nunca al que consideramos igual o menor. Juzguen ustedes mismos...

El chisme fresco del sábado era del pueblo de al lado. La mujer de uno de los narcos locales – ahora mismo huido de la justicia aunque se rumorea que está en Bilbao cantándole el lalalá a la policía -, esta chica digo, imputada por la misma redada de la que huyó el marido porque en casa había el típico cóctel de droga, dinero y armas, en lugar de guardarle la ausencia, se ha liado con el excandidato del PP a la alcaldía local, ahora con su propio partido conservador y defensor de la familia. Dicen que ya viven juntos con la hija de la chica – se libró del talego porque tenía una menor a su cargo - , claro que para eso el candidato del partido adalid de la familia ha dejado a la suya en casa. Señora y dos hijos, la pequeña de anteayer – la madre de la criatura aún no se ha reincorporado de la baja de maternidad- vamos, como se dice por aquí: recién parida.

Hasta ahí… bien. Allá cada cual con su vida, su escala de valores, y su hipocresía. Pero el caso es que al mismo tiempo – para que digan que en los pueblos nunca cambia nada – esta chica ha abierto una tienda que al parecer está de bote en bote, con gran alegría para el saldo final del negocio.

Y es aquí donde yo me paré a pensar que, pocos meses después de que el marido de ésta saliera pitando y la dejara en casa con el dinero, la niña, la coca y la pistola, poco después digo, pillaron a otro narco local. Este soltero y sin hijos, pero con madre. No le pillaron droga, no le pillaron dinero, no le pillaron armas, pero le pillaron a él, le entalegaron y allí sigue. Justo un mes antes, su madre había abierto un bar. Trabajaba de cocinera en otro y se decidió a alquilar uno para llevarlo ella… el pueblo entero (en este caso el mío) debió de decidir por unanimidad que la madre de un narco no necesita comer ni pagar facturas, así que desde que detuvieron al hijo y a pesar de la fama de sus pinchos, casi nadie pasa por allí. Ahí se ha quedado, aguantando el tirón por algo en lo que no tenía nada que ver, a no ser que haber parido hace algo más de 30 años se considere delito.

Por qué a una nadie la culpa de hacer la vista gorda con los chanchullos del marido y en cambio a la otra le hacen pagar las culpas de un hijo que hace mucho que se fue de casa, se plantea como un misterio ante mis ojos. ¿Por qué la que un juez ha imputado por delito de narcotráfico y encubrimiento triunfa, mientras la que no tiene nada que ocultar se hunde? Pues, después de darle muchas vueltas y completamente en clave marxista, yo sólo le encuentro una explicación: la lucha de clases.

La primera es una niña bien del pueblo. Si la miras bien no es ni muy alta, ni muy rubia de verdad, ni muy guapa, ni siquiera es rica, pero su padre está muy bien relacionado gracias a su trabajo en uno de los “centros sociales” de la jet local y ella siempre lo ha sabido aprovechar para rodearse y codearse con la crème de la crème autóctona. Ella es esa que siempre hemos querido ser las chicas de pueblo: la pobre que llega “a algo”. Que ese algo sea casarse con un tío con pasta o aprobar una oposción a juez, nos da un poco igual...

La segunda es una tía normal, que de joven se puso el mundo por montera y se divorció cuando aún te señalaban con el dedo y, no contenta, se volvió a casar, esta vez con un médico. Otra pobre que llega “a algo” pensaréis… pues no. El médico era médico, pero no era rico, así que no cuenta y además, después se volvió a divorciar, la muy…

Así que mientras la una se pasea, pendiente de juicio, ante la mirada cotilla pero admirada de todos que, ya de paso, luego van y compran algo en su tienda, la otra, la que tiene que ir a ver al hijo a la cárcel, siente la misma mirada inquisidora de forma permanente sobre su nuca pero mientras, ve como pasan los meses y no saca ni para el alquiler del local.

Yo, personalmente, no lo entiendo.