jueves, 28 de abril de 2011

Mi vena nacionalista

Si me lo llegan a contar hace unos años no me lo creo, pero aquí está y tengo que aceptarla como propia: a mi también me duele España. Pero no, no os asustéis, no me pareció bien que en la Copa del Rey la afición del Madrid cantara “Que viva España” como si el equipo de enfrente no fuera español y no tuviera a más de media selección campeona del mundo en sus filas, no, no he cambiado tanto. Lo que me molesta – y mucho – es el desprecio europeo en general hacia España o, para ser más concretos, hacia la forma de trabajar española.

En mi etapa irlandesa me cansé de oír lo impuntuales, vagos e informales que éramos los españoles y los italianos (prácticamente les parecemos todos iguales), les encantaba repertirlo a cada nueva hornada de estudiantes: “aquí empezamos a las nueve, y eso significa las nueve en punto de la mañana, y esto va por los españoles y los italianos”. Así, literalmente. Yo creo que, en su nube de superioridad, pensaban que nuestras impuntuales mentes no captaban la mala educación del asunto, pero bueno, todo iba bien hasta que, a la semana y media de vivir allí, te dabas cuenta de que ellos eran aún más impuntuales, vagos e informales que cualquiera de nosotros. Nunca he visto un sitio más informal que tanto presuma de lo contrario, porque aquí somos informales, pero no vamos de otra cosa.

Viene a cuento contarlo ahora porque en los últimos días he estado a punto de aceptar una oferta de trabajo en Salzburgo. Seis semanas de prácticas – ¡a mi edad! – pero con vistas a quedarse y en unos meses estar de vuelta en España para abrir oficina aquí. Entrevista por skype, agrado mutuo y oferta. Todo bien hasta que, llamadme rara, antes de sacarme el billete y reservar pensión, pregunté los detalles prácticos del asunto: tipo de contrato, idioma en el que estaría redactado, sueldo ahora y sueldo después, ciudad de España en la que se iba a abrir la oficina...

Que aún no hubiera pensado en qué ciudad española iba a abrir la supuesta oficina; que haya fijado mi futuro sueldo sobre la marcha y encima fuera bajo; o que a mi pregunta sobre en qué idioma me iba a dar el contrato – habla perfectamente español – me respondiera prácticamente con un está en alemán pero no me apetece traducirlo al español así que he pensado que te escribo una cosa corta, una hoja, y ya está, es casi lo de menos. Lo de más es que, con ese panorama, se permitió el lujo de decir que entendía que desde mi punto de vista el tipo de contrato importaba mucho porque “vienes de un país donde – como es mi impresión – el trato al los empleados no siempre es el mejor”. Así, sin despeinarse.

Que el tío quiera emplear de becaria a una tía que acabó la universidad en el año 96 para pagarla una mierda y, consecuentemente, escribirla el contrato en un trozo de papel higiénico tiene que ser de fiar porque es papel del váter austriaco, pero que la tía – en este caso yo – pregunte qué coño va a firmar es desconfianza lógica teniendo en cuenta que es from Spain, ese país subdesarrollado y salvaje.

De germanos vagos acabé yo hasta las narices en mi viejo trabajo, así que con su brot se lo coman los austriacos. O como dijo aquel... bye, bye, a tomar por culo por ahi (*).


(*) Léase “ay”, sin tilde, que es como decimos ahí en mi tierra y que es también lo que facilita la rima en este caso.