Entre tanta noticia de ERE, reducción, eliminación, supresión, aniquilación... mientras me comía el bocata después de la clase de inglés he pensado que estaba un poco hartita de entrar en facebook y ver ahí los comentarios de los mismos pesados de siempre, que ni me interesa lo que cuentan, ni me hace gracia ni nada de nada.
Asi que he entrado pensando en borrar a los dos o tres más cansinos, y poco a poco, poco a poco, han caído la mitad: veintitrés.
Porque en esto del Facebook cuando te llega la notificación de que tu compañero de trabajo que no te saluda quiere ser tu amigo en la red... pues te dejas llevar y le aceptas como uno más. Y ahi le tienes, con la llave que abre la puerta a tus fotos, a la información de tus amigos, a si estás contento, triste o con ganas de matarle...
Podría haber sido más sanguinaria, pero he dejado algunos por ahí pendientes de exterminio por si un día de estos tengo una tarde mala.
jueves, 5 de febrero de 2009
¿Lo mío es vicio?

Lo más curioso de todo (al menos para mi) fue que ella sólo dijo que no lo veía, y el resto empezó a argumentar esta falta de visión. Uno decía que claro, vas solo y a ver con quién comentas las gracias; otra que claro una cosa es entrar a la sala sola y otra la tristeza que da pedir una entrada nada más; alguien añadió que fíjate que lástima si algo te hace gracia y te ríes y el resto ve que estás riéndote tú sola ahí en medio de la sala, y mientras yo diciendo que no es pa tanto y con esa sensación de que nadie se cree lo que estás diciendo.
El caso es que yo voy al cine sola un 90% de las veces y, frente a los inconvenientes que mis amigos exponían y alguno más que vosotros estaréis pensando, yo le veo un montón de ventajas: no tengo que pactar la peli, yo veo lo que quiero; no tengo que esperar, veo la peli a la hora que me de la gana; no me veo en la obligación de emitir un juicio sesudo al final de la peli sobre si me ha gustado o no – todos tenemos un conocido cinéfilo y el que no, enhorabuena -; si lloro, nadie se va a reír de mi por cursi; si me río, nadie va a pensar que lo hice en un momento que no tenía ninguna gracia y si lo piensa… no me conoce.
En fin que a mi ir sola al cine me gusta. Tampoco me importa ir con alguien más, no me malinterpretéis, el ir o no ir sola no me parecen opuestos, sino complementarios. Supongo que simplemente se trata de intentar aprovechar lo bueno de cada situación. Sin embargo, al escuchar esos otros puntos de vista no pude evitar planteármelo: ¿estará el resto del mundo pensando eso de mi cuando voy sola a ver una peli?, ¿les inspiraré algo parecido a la lástima?, ¿le daré pena a la taquillera?...
La visión es bastante triste, la verdad, y sin embargo, después de pensarlo saqué la misma conclusión: a mi me gusta. Y esto me llevo a la pregunta del principio… ¿lo mío es vicio?
martes, 3 de febrero de 2009
Love ¿actually?

Después, el jueves pasado, me trago el último cuarto de hora del Barça-Espanyol de Copa del Rey sólo porque detrás empezaba la nueva temporada de “Mentes Criminales” y, en cuanto me descuido, me han puesto anuncios antes de la serie y en el zapping he descubierto que en otra cadena están dando una película titulada “Madre a la fuerza”. Huelga decir que – a pesar de un par de vanos intentos por volver a los asesinos colgaos – en cuantito que vi que a la rubia de turno le hacía ojitos vestido de cura uno de los novios de Carrie en “Sexo en Nueva York”, me quedé enganchá.
Podría decir en mi descargo que, antes que novio de Carrie, el cura en cuestión era el de la radio de “Doctor en Alaska”, que fue donde yo me quedé prendadita de él, pero... mañana he quedado para ver “Australia” y para eso – incluso con lo macizo que está Hugh Jackman – tengo poquita explicación.
lunes, 26 de enero de 2009
Doctor Google

Os voy a poner un claro ejemplo. Hace unos años el Dr. Mata (curioso nombre para un médico, ¿eh?) llamó un viernes por la tarde a la casa que por aquel entonces compartíamos Api et moi, y me dijo aquello de: “Hola Negra, ¿qué tal?, que tengo aquí tus análisis, que te llamaba para decirte que este fin de semana no salgas mucho por ahí, y que el lunes, mejor no vayas a trabajar, te quedas en casa y por la tarde te vienes por aquí”. Poneos en situación. El médico te llama al fijo de tu casa para decirte que no salgas de casa y tú, quieras que no, te alarmas. Llamadme hipocondríaca si queréis, pero hay que tenerlos cuadraos para no asustarse. Sobre todo si lo último que te dice el buen hombre antes de colgar es: “y si sales, no bebas, criatura”.
Claro. Lo mío fue colgarle al médico y descolgarle a Api. Y lo suyo fue colgarme a mi y descolgarle al Banderillero. En menos de una hora Api me había recolectado al menos tres opiniones favorables al "de ésta no te mueres". No me preguntéis cómo, pero creo que aquella noche incluso dormí, convencida de que lo mismo no era para tanto. Es lo que tiene la ignorancia, que es atrevida. Eso y que si no sabes qué tienes, no puedes buscarlo en internet.
El lunes, por fin, fui a la consulta y el Dr. Mata, con su mejor sonrisa, intentó convencerme de que la cosa tenía solución, pero, consciente de que mi trabajo rozaba muy de cerca internet me dio una orden: “y no se te ocurra buscarlo en internet, si tienes dudas, me las preguntas a mi cuando vuelvas la semana que viene o, si no puedes esperar, me llamas”. Un gran tío. Un gran consejo.
Yo tengo una cosa. Cuando decido confiar en un médico, lo hago a ciegas. A los distintos especialistas que me atienden en mis enfermedades varias les informo de lo que dicen los otros, pero nunca busco una segunda opinión, nunca comparo. Hacerlo sólo me llevaría a tener dudas y yo, en temas de salud, no estoy para vaciles.
Sinceramente, creo que me ha ido bien. De esa enfermedad horribilis que tuve entonces aún recuerdo la cara de MBlue y Meripeich cuando vinieron a visitarme a casa. Recuerdo concretamente lo que mostraba su mirada: pena infinita. Aunque aquella vez lo negaron – y seguro que si leen esto lo seguirán negando ahora – estoy convencida, igual que lo estaba entonces, de que a pesar de mi advertencia, escribieron la palabra mágica en Google. Mi única duda es si le dieron a “buscar” o a “voy a tener suerte” ;-) El caso es que aquel extraño virus llevaba un par de tibias y una calavera pintados encima y claro... eso asusta.
Por eso mismo desde entonces hasta hoy he intentado mantener la palabra que le di al Dr. Mata de que nunca buscaría en Google nada relacionado con la salud. No obstante, puestos a sincerarnos, debo confesar que he faltado a mi palabra una vez. Ante la falta de colaboración de mi endocrino (ese que como único consejo me manda tomar el sol y que me dicta el diagnóstico mientras yo, cual eficiente secretaria, lo tecleo en su ordenador y que, sin embargo, me cae bien) busqué en internet los síntomas del hipertiroidismo y el hipotiroidismo para ver si me identificaba en alguno de los perfiles. Sólo síntomas, juro que no fui más allá, tuve mucho cuidado.
En mi descargo, diré dos cosas: recuerdo que mis síntomas coincidían con uno de ellos... pero no recuerdo cuál, y jamás se me ha ocurrido recriminar al médico que no me lo quiera contar. Él sabrá. Yo, como la amiga de Api, sólo sé que internet es malísimo pa’ la salud.
martes, 13 de enero de 2009
¡¡¡¡Libreeeeeeeeee!!!!
¿Selección natural?
Tengo amigas embarazadas y – cosas de la edad – a algunas les ha tocado hacerse la amniocentesis. En esos casos, ellas suelen sumar dos miedos, el miedo a perder la criatura con otro miedo, el del resultado. Yo siempre intento animarlas hablando de estadísticas, de los casos exitosos que conozco y al final, suelo preguntar una cosa: ¿tienes clara cuál va a ser tu decisión sea cual sea el resultado? Si la respuesta es sí – y de momento siempre lo ha sido – siempre digo que adelante. Si en algún caso hubiera sido no, tengo preparada otra respuesta: pues entonces espera a ver qué te depara el destino.
El sábado estábamos Api, el Tigris y yo comiendo en un restaurante de un centro comercial y, como no podía ser de otra manera en tales circunstancias, aquello estaba lleno de niños. De todos los tamaños y colores. Y de pronto Api se dio cuenta de que, entre todos, había un crío de unos dos años que, además de estárselo pasando en grande, tenía síndrome de down. Ella fue la que dijo lo que yo, hasta ese momento, no me había parado a pensar: ahora, es raro ver niños tan pequeños con síndrome de down, ya nadie los tiene.
Detectado “a tiempo” ese cromosoma extra ya no es un problema para nadie que no lo desee. Cierto que aún es imposible detectarlo siempre, y cierto también que los cromosomas extra no son un problema para todo el mundo. Sin embargo, nunca antes del sábado yo había pensado en todo esto desde la óptica que se abrió paso en mi cabeza en aquel restaurante: ¿estamos seleccionando la especie?
Quiero pensar que no. Quiero pensar que, igual que sin pestañear acepto los abortos de madres adolescentes, los de las mujeres violadas o los de aquellas otras cuya vida no puede soportar un hijo más, igual que acepto cualquier aborto que sea decisión de una mujer, acepto también estos. No son distintos de otros, la madre piensa que es mejor no seguir adelante, y no hay nada más que decir.
Pero, el sábado, al pensar que en unos años podría no haber apenas críos con síndrome de down, me entró una especie de miedo, algo como un cargo de conciencia por algo que nunca he hecho, pero que sé que probablemente haría. Ahora la idea no se me quita de la cabeza. Me viene y me siento egoísta, casi nazi, imaginándome a mi misma “eliminando la molestia” y, al mismo tiempo, me parece que estoy traicionando la libertad y el derecho al aborto libre y seguro que siempre he defendido y pienso seguir defendiendo.
El periódico decía ayer que entramos en el año de Charles Darwin, que su teoría de la evolución cumple 150 años. Mal que me pese, para mí, la selección natural nunca volverá a ser lo mismo.
viernes, 9 de enero de 2009
Y sólo llevamos nueve días
Se me ha roto la caldera en lo más crudo del crudo invierno. Tras pasar la noche achicando agua en la cocina, me ha dicho el técnico que, antes de ponerse en lo peor, son 400 euros de arreglo. Esto coincide con un día en que Madrid se ha colapsado completamente porque ha caído una capa de nieve de cinco centímetros.
Que alguien me explique lo del año de nieves año de bienes porque juro que no lo entiendo.
Que alguien me explique lo del año de nieves año de bienes porque juro que no lo entiendo.
martes, 6 de enero de 2009
La España de la crispación

En estas circunstancias me eché a la A1 la mañana de Nochebuena dispuesta a vegetar durante diez días rodeada de la tranquilidad del pueblo. Ja. La primera sorpresa fue salir de Madrid sin atasco, ni siquiera en la entrada al Cortinglés de Sanchinarro donde en los últimos años la mañana de Nochebuena he visto multitudinarias peregrinaciones en busca del langostino de última hora. Ni siquiera cuando en el peaje, la maquinita se tragó mi Visa (fallo técnico, mal pensados) me exasperé. En 40 kilómetros me esperaba la tranquilidad del hogar de provincias.
El primer atasco lo tuve a cien metros de mi casa. Hacía cuatro días que había echado a andar el tranvía en Vitoria y ahí donde se cruzan las vías con las carreteras y las glorietas... las cosas se complican, la gente se tensa.
Una hora después intenté que en alguna óptica me ajustaran mis lupas de ver y unas fasionistas Givenchy moradas-dolor que me resbalaban nariz abajo. Pinché en hueso una, dos y hasta tres veces. Como no las había comprado en el pueblo y la operativa de ajustar patillas es gratuita (aunque yo ofrecía siempre pagar el servicio), a ninguna de las amables señoritas que pregunté quisieron ayudarme. Dientes.
Tres días después me acerqué a la tercermundista estación de autobuses de Vitoria, en cuyo lateral están los únicos ocho aparcamientos que tiene. Cuando encontré hueco, puse las emergencias para empezar a maniobrar. Apareció el listo que se puso delante y marcha atrás se metió en el hueco que yo había visto. Cuando me acerqué a comentar que eso no se puede hacer, que es falta de educación, el caballero me comentó que marcar con las warning un hueco es falta de ética. Después se fue con su hija teñida de rubia y de vez en cuando miraban para atrás por si les rayaba el coche.
Dos días después me fui al Cortinglés a la caza y captura de los regalos de Reyes. Yo siempre he estado en contra de la fama de hijasdeputa y malfolladas de las dependientas de esta cadena comercial. Tras pasar por el departamento de librería y ropa interior, respectivamente, no puedo decir lo mismo.
Y así podría seguir contando aventuras de la gente que echaba la tarde montada en el tranvía, que para eso es gratis hasta mañana, y se cruzaban la ciudad una y otra vez con los hijos, primos y demás familia, y sin agarrarse en ningún sitio, como si fuera la barraca del tren de la bruja. Con lo que eso supone para el que está cerca de ellos, que les tiene que ir frenando con su cuerpo a cada curva. Cuando una tarde, ya hartita, de sujetar a una amable señora con mi hija pequeña me di la vuelta y le comenté que por qué me estaba empujando, se hizo el silencio en el tranvía. Pude leer en la cara de todos que menuda borde, que si no quiero que me empujen que no me monte, o que vaya en taxi.
Al final, de lo que te das cuenta es de que la gente está igual de crispada -o más- en Madrid que en las pequeñas ciudades. Que no nos cuenten milongas. Que ni el humor es mejor, ni el trato de los comercios es más amable, ni el tráfico es para tirar cohetes, ni la educación llama la atención.
PD. Estoy totalmente a favor del tranvía de Vitoria, que para eso vivo en Madrid.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)