martes, 10 de mayo de 2016

Salvar vidas

Hoy me han regalado una… una ¿placa?, no sabría decir exactamente qué es… es una especie de adorno-trofeo de cristal en el que han grabado – más o menos ;) - la siguiente dedicatoria:


“Negra y Su Madre

Me salvasteis la vida, que Dios os bendiga todas vuestras obras.
Os deseo lo mejor, gracias”

La Vecina
20 abril 2016”


Leído así… ¿acojona, eh? Y si a vosotros no os asustaría… al menos reconocedme que eso de que tu nombre encabece tamaña dedicatoria es raro, raro, pero raro, sobre todo si no eres médico, ni enfermero, ni nada que se le acerque.

De hecho, justo dos días antes de ese 20 de abril, estaba yo a punto de pasar por el quirófano por sexta vez en mi vida – una cosita de chapa y pintura, nada serio, un entrar y salir – y mientras esperaba mi turno en la sala de espera, viendo al personal – el laboral y el visitante – paseando, comentando y preguntando por allí, le dije a mi madre: “yo, cuanto más lo pienso, más me convenzo de que para trabajar en un hospital, además de valer, hay que tener vocación porque esto es tela… y yo, claramente no tengo esa vocación… uff… esto para quien lo quiera”. Y tan ancha me quedé, oiga.

Menos de 48 horas después, mi madre me miraba con los ojos como platos mientras yo - con una médico del 061 al otro lado del auricular explicándome cómo, claro está -, le hacía, o al menos lo intentaba, la maniobra de heimlich(*) a mi vecina que, a esas alturas tenía ya un color morado nada tranquilizador en brazos, ojos y boca. Afortunadamente, aunque con mi mierda de fuerza no conseguí sacar el trozo de filete – sí, sí, con el filete, como en las pelis de risa… pero sin puta gracia esta vez -, parece que se lo moví lo suficiente para que entrara un hilo de aire y así, el morado pasase a ser un amarillo extraño, y diera tiempo a que llegaran la ambulancia primero y los médicos después.



Sí porque, no llegan juntos, no… en la ambulancia van dos, pero los dos son conductores, imagino que con un curso de primeros auxilios incluido, pero poco más. Para que os hagáis una idea, su primera pregunta al ver mi careto cuando bajé a la calle a buscarles – tuve que bajar a abrirles la barrera que hay en la urbanización para que no aparquen coches de fuera – fue “¿ha llegado ya el médico?” y claro, ante mi cara de “¿¿¿¿MANDE????”, dijo, “nada, nada, ¿dónde es?”… hasta que llegó arriba, claro.

Una vez subieron las escaleras – no les dejé coger el ascensor porque es lentísimo – su reacción fue quedarse parados y poner cara de pánico. Si me lo cuentan antes sigo pensando que es de peli de risa, pero como lo estaba viendo, y ya os digo que pocas bromas, empecé a dar gritos como si no hubiera un mañana diciéndoles que al menos le hicieran ellos la dichosa maniobra, que yo no tenía fuerza… y la hicieron, la hicieron, ni una queja por mis gritos, la verdad, a cada uno lo suyo. Ni se ofendieron, ni dijeron tampoco aquello de “deje usted trabajar a los profesionales, señora”. Obedecieron y punto.

Y yo que se lo agradezco, porque, aunque ellos tampoco consiguieron sacar el trozo de filete, cada vez que imagino qué hubiera pasado si no hubiéramos conseguido mantenerala respirando entre mis meneos y los suyos...  me entran sudores fríos. Pero lo hicimos, y por fin llegaron la médico y la enfermera.

Otra vuelta a la calle, otra de escaleras arriba – éstas no encontraban el portal, que lleva 42 años y en el mismo sitio, pero debe ser que no sale en Google Maps… - total, que ya llegaron y se encontraron el percal que a estas horas era aún más amarillo y tenía apenas 32 grados de temperatura en el cuerpo. Afortunadamente, la doble de Mónica Naranjo que tenemos por enfermera en esta mi localidad, entonó el “Sobrevivirá” y la tía con una sangre fría de la que podrían aprender muchos – empezando por la médico a la que “acompañaba” – no paró hasta sacarle el trozo de filete, conseguir que respirara y ponerle una mascarilla con oxígeno.

Después ya sí, ambulancia, hospital, y bueno… alguna secuela hay, pero llevadera y lo que pudo haber sido no fue, que es lo realmente importante de todo esto.

¿Quién salvo a quién? Yo no tengo ni idea. Supongo que todos hicimos nuestra parte. Mi vecina bajando a pedir ayuda en lugar de quedarse en su casa paralizada; mi madre abriendo la puerta – la otra vecina no abrió –; yo al lanzarme en plancha al teléfono para llamar a Emergencias al darme cuenta de que las yemas de los dedos se le estaban poniendo moradas – para algo tenía que servir tanta serie de médicos que me doblo –; los conductores de la ambulancia a los que sólo les faltó cuadrarse con mis gritos; y claro, la enfermera que, esa sí, además de una carrera universitaria, tiene vocación de salvar vidas… os lo digo yo.


(*) Por si os veis en una parecida - el destino no os la juegue - aquí la maniobra de Heinlich


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