jueves, 30 de julio de 2009

Sapos y princesas

Aunque mi mejor amiga lleve 20 años asegurando lo contrario, no creo en los príncipes azules. En su opinión en lugar de lanzarme a por los tíos, yo lo que lanzo es la trenza para que el príncipe en cuestión trepe por ella. Pero os juro que no es verdad. Estoy tan convencida de que los príncipes azules te salen rana que me he pasado la vida huyendo de aquellos que lo parecían. Aunque alguna de mis conquistas no estuviera mal – en mi modesta opinión, se entiende – nunca me han ido ni los muy altos ni los muy guapos. De hecho, si me tenía que quedar con algún muy, siempre me he inclinado por los muy listos. Me ponen, qué le voy a hacer.

Pero lo que de verdad os quería contar no es eso. Lo que de verdad os quería contar es que me he acordado de los príncipes porque, desde hace un par de semanas, cada vez que salgo por la noche me siento un poco princesita indefensa porque, por alguna extraña razón que desconozco, les gusto a los irlandeses borrachos. Técnicamente esto podría traducirse como un triunfo en tierras lejanas, pero en la práctica se reduce a que no hay forma de quitarse al borracho de encima. Porque los borrachos aquí no son como ahí no, los borrachos aquí son XXL. Pesaos de cojones, vamos.

El caso es que el viernes pasado, y por segunda semana consecutiva, un caballero de tierras lejanas – Il Bello, concretamente – ha tenido que acudir en mi auxilio y yo, aunque se lo agradeceré eternamente, me siento muy extraña. A mi nunca me ha defendido un chico. Desde que tengo uso de razón y con dos hermanos mayores a mis espaldas, siempre me he defendido sola. En mi casa somos así, estamos ahí pero que no se note, así que no way... si alguno se metía conmigo yo me tenía que salvar sola, mis brothers sólo vigilaban en la distancia. Y así he ido creciendo sacudiéndome los sapos a manotazos sin ayuda externa.

Pero aquí mis habilidades haciendo la cobra y regateando no son suficientes. Los irlandeses son inasequibles al desaliento. Nada les hace retroceder (bueno sí, la borrachera que les hace andar para atrás a veces, pero vuelven) y claro... yo así no sé jugar. Porque empujar a un borracho está feo y yo borde... pues de natural no soy, así que me la juego cada noche de viernes o sábado que pongo un pie en una discoteca.

Su táctica es simple: se arriman, se arriman, se arriman y, para cuando te quieres dar cuenta, los tienes encima (literalmente). Tú intentas driblar, pero no hay forma así que procedes con el curso de inglés práctico y les dices que “no” (leáse “nou”), o pasas al “please, stop”, o, si la cosa pasa a mayores tiras directamente por el “get lost” que aunque literalmente se traduzca como “piérdete”, en estas tierras tan polites se lo toman como un genuino y auténtico vete a tomar por el culo.

Pues ni así, oiga. No hay forma. No se pierden, no desaparecen, no se rinden y no dejan de intentar darte un beso, rozarte o meterte mano, con lo cual cuando tú te empiezas a poner nerviosa de verdad, el auténtico caballero – que no es un príncipe, pero podría dar el pego – aparece por detrás y sin apenas mirarte para no darle al asunto más importancia de la necesaria, se interpone entre el sapo y tú. Y entonces pasan dos cosas. Por un lado te sientes halagada – o halagadísima, depende del tamaño del sapo – y por otro preocupada. Porque los sapos aquí son muy pegajosos y si no pueden con la princesa, se dedican a joder al caballero. Y claro... el caballero que tiene la sangre bastante más caliente que la del sapo, tiene límite.

La primera noche el caballero se agachó, puso sus manos alrededor de la cabeza del primer sapo y, sin tocarle, le dejó clarísimo qué pensaba hacer con ella si seguía molestando. La segunda casi llega a las manos y yo me acojoné, porque el sapo era enorme y el caballero estaba muy muy enfadado. La tercera vez el sapo era más listo y cuando vio la cara del caballero mientras me decía: “me quedan dos semanas aquí y debería estar tranquilo, pero no me lo ponen fácil”, salió dando saltos hasta la siguiente charca.

Resumiendo, que aquí me tenéis. Tres veces he pisado una discoteca y tres veces un caballero ha tenido que venir a rescatar a la princesa de las babas de los sapos. Me siento extraña, entre agradecida y débil. Lo primero no me importa, lo segundo no me gusta, pero supongo que a veces, y sólo a veces, no te queda otra que dejarte llevar y darle tu mano al caballero para que te acompañe a la salida. A lo mejor ser una princesita, por una vez, tampoco está tan mal.

3 comentarios:

Api dijo...

yo creo que que te salven de tamaños sapos se merece un agradecimiento en condiciones, algo más que una mano quiero decir.

vaya, cómo está el tema, no sabia yo que eran tan pesados esos hoolingans del amor.

Api dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
LaNegra dijo...

pesaos en grados extremos tía... una no se hace una idea hasta que lo vive en directo.