viernes, 3 de julio de 2009

Hostel sweet Hostel

No recuerdo si alguna vez os lo he contao, pero hace años Api y yo nos fuimos con Mblue y Mr. Calidad - a la sazón ex novio de Api – a Amsterdam. Aquella vez el hostel lo reservamos por internet: habitación para cuatro. Al llegar a nuestra habitación (en lo más alto de un estrecho y empinado edificio), nos abre la puerta – desde dentro – un chino en calzoncillos, y cuando Mr. Calidad le dice “sorry, que nos hemos confundido”, el chino resacoso le quita la llave de la mano, la mira, y le dice que no, que esa es su habitación y que “go on”.

Al asomarnos descubrimos que la habitación tenía cuatro literas en las que, efectivamente, quedaban cuatro camas libres: las nuestras. El resto estaban ocupadas por este orden y ubicación: el chino resacoso que nos había abierto la puerta en una litera de abajo; un negro grandote que olía a estar sudando whisky igual o más que el chino – de hecho olían a la misma bodega – que ocupaba otra litera de abajo; una litera de arriba ocupada por dos mochilas; y, debajo de ésta, otra litera en la que no podíamos adivinar quién o quiénes dormían porque la habían ocultado con una tela que bajaba desde la de las mochilas.

En resumen, nos quedaban una litera completa y dos camas de arriba a elegir... Api fue tajante, miró a Mr.Calidad y le dijo: tú duermes conmigo, en la litera completa, of course. Él hizo amago de protestar, pero no tuvo opción. MBlue también fue tajante, pero a su manera: durmió con los vaqueros y la cazadora puestos, unos kleenex sobre la almohada y, si la memoria no me falla, las gafas puestas por si había que salir corriendo. Por cuestiones de ingeniería práctica, la pareja ocupó la cama de abajo y MBlue la de encima. Me tocaba elegir a mi. Tenía dos opciones, les miré, miré su litera, valoré la situación y emití mi veredicto: me pido chino.

Por si hay alguien intrigado, las razones de peso que me hicieron decidirme por el chino y no por el negro fueron dos: su litera era la más cercana a la de mis compañeros de viaje y el chinurri tenía unas abdominales de escándalo. Ya que me ponía a elegir...

Total que, no sin esfuerzo, escalé hasta la cama de arriba y al llegar descubrí que, al menos, las sábanas olían a limpio. Desinfección a 200º mínimo, así que ni corta ni perezosa metí la mano por el escote de la camiseta, me saqué el sujetador y, acto seguido, me metí debajo del edredón para quitarme los vaqueros. Api y MBlue no daban crédito: tú estás loca; Negra qué haces; tendrás los cojones de desnudarte aquí; pero qué asco... en tono cariñoso, eso sí. Antes de que empezara la primera canción en el walkman (sí, sí, uno de cintas) oí que alguna añadió: “pero qué huevos tiene, si hasta se va a poner música para dormir”.

Imagino que, si habéis leído el post anterior, os haréis una idea de por qué el sábado me vino todo esto a la memoria. El BA Hostel de Ámsterdam inspiraba entre poca y ninguna confianza, sin duda, pero allí lavaban las sábanas, con detergente para matar chinches, vale, pero estaban limpias. En el Arnie’s Backpackers donde yo dormí este fin de semana no conocen el jabón.

Cuando levanté la almohada me encontré dos horquillas dos, señal inequívoca de que aquello no lo había removido nadie para nuestra llegada. Eso por no mencionar el olor que, por delicadeza, mejor os lo ahorro. El hecho de que la litera de abajo estuviera más arriba que la ventana – abierta – con lo que el que dormía de ese lado tenía peligro de muerte, o de que entre nuestras literas y las de los vecinos no cupiera una persona a lo ancho, creedme, es barro.

Afortunadamente llevaba un pantalón de pijama en la mochila, así que esta vez dormí vestida, pero no por falta de ganas de dormir en bragas, no. Fue pura y llanamente por una ecuación infalible que sumaba la abundancia de asco y la falta de valor.

Lo peor de todo esto no es que al sitio en cuestión llegásemos por recomendación de la oficina de turismo local, no. Lo peor es que, a falta de internet, para escribiros el nombre exacto del antro he tirao de la guía que me compré para venir aquí:

“Tiene el honor de ser el albergue más antiguo de Belfast, pequeño y con una fantástica atmósfera. Un lugar emblemático, sin duda”.

De la antigüedad no tengo nada que añadir. A la atmósfera yo la calificaría más bien de “cargada”. Respecto a lo de que es un lugar emblemático... sin duda. Yo, personalmente, estoy segura de que nunca lo olvidaré.

Qué (puto) sitio, qué asco. Lo único bueno de todo aquello fue que el par de tórtolos que me acompañaba se las apañó divinamente para que, como que no quiere la cosa, yo le acabara diciendo a él que mejor se pasara a la litera doble de abajo con ella, que ya me iba yo a la de arriba: “que a mi no me da miedo”.

Así que... once again... yo al palomar, sólo que esta vez, en vez de un chino borracho, debajo tenía a un par de teenagers abrazaos. Juraría que ni se metieron mano pero, como podéis imaginar, yo le volví a dar al botón para escuchar música. Eso sí, esta vez llevaba un iPod, que una ya tiene una edad ;)

2 comentarios:

Api dijo...

las tripas se me revuelven de acordarme de aquello, sobre todo de aquel olor... qué asco.

de todas formas, hay que romper otra lanza a favor del BA Hostal: tenía colchón

hace tres veranos andaba yo por guatemala, concretamente por Melchor de Mencos y caímos en un resort ecológico, de nombre El Sombrero, que no tenía ni luz, ni colchón. dormí encima de una tabla, en altura eso sí, con bichos voladores metiéndose en tus orejas y con cuatro más en la cabaña. la ducha estaba en la calle, una para cuatro bungalows, como las de los comic, que se te ve la cabeza por arriba y los pies por debajo. y del tronito, pa qué hablar...

Api dijo...

las tripas se me revuelven de acordarme de aquello, sobre todo de aquel olor... qué asco.

de todas formas, hay que romper otra lanza a favor del BA Hostal: tenía colchón

hace tres veranos andaba yo por guatemala, concretamente por Melchor de Mencos y caímos en un resort ecológico, de nombre El Sombrero, que no tenía ni luz, ni colchón. dormí encima de una tabla, en altura eso sí, con bichos voladores metiéndose en tus orejas y con cuatro más en la cabaña. la ducha estaba en la calle, una para cuatro bungalows, como las de los comic, que se te ve la cabeza por arriba y los pies por debajo. y del tronito, pa qué hablar...