sábado, 4 de diciembre de 2010

aqui me he quedado

Pues en tres horas se suponia que aterrizaba en Buenos Aires. Y aquí estoy, en mi palacete madrileño. yo soy una de ese cuarto millón de personas a las que los controladores les han jodido las vacaciones. después de una tarde noche para olvidar en barajas, me volvi para casa con un billete para dentro de tres dias. me voy a ir a buenos aires (14 horas de vuelo) para cuatro dias, pero la alternativa es dejar solo a ndru y al píer, quedarme sin volver a la recoleta, perder el vuelo a montevideo...

no sé si será la edad, pero a pesar de todo lo que pasé, vi y oi ayer, estoy bastante tranquila. jodida, porque llevaba meses planeando esto, currando doce horas al dia para poder dejar todo acabado... y ahora me quedo en casa hasta por lo menos el lunes por la noche.

tela. no tengo ni ganas de insultarles. no me sorprendió la cara de pena que tenia ayer la gente en el aeropuerto, me llama mucho más la atención lo civilizados que fuimos todos.

qué asquito de gente y de pais.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Drugstore Cowboy

Anteanoche hablé con Lauren que, si todo va como debe, a estas horas estará dispuesto a quemar la noche dublinesa (exactamente el mismo viernes que yo hace un año, por cierto). Dice que necesita un cambio personal y laboral y está buscando curro más allá del Cantábrico, así que últimamente se está dando rulos por Europa a ver qué tal se le da. Este finde toca Dublín, un valor seguro, en mi opinión.

Pero no era eso lo que os quería contar, eso son sólo un par de detalles para que os hagáis una idea de su situación: acaba de cumplir 30 años y, aunque sigue triunfando en la noche madrileña - especialmente entre la parroquia guiri -, dice que está cansado de la ciudad, del trabajo, de... vamos, que le ha pegao la típica crisis de los 40, pero diez años antes. Lauren es así, un adelantado a su tiempo.

Me llama a las nueve de la noche desde la calle, llevaba todo el día teletrabajando y quería despejarse, así que se ha ido a dar un paseo: "acabo de darlo todo en El Corte Inglés, Negra", me cuenta. Y yo, ingenua de mi, pensé que se habría comprado tremenda camiseta del dolor para que este finde las irlandesas olviden su educación católica en brazos del spanish. Pero no, lo que se ha comprado es un contorno de ojos de Biotherm que le ha costado una pasta. Tras recuperarme del ataque de risa le digo que si se ha vuelto loco, y me contesta, muy pausado, que no, que ya le empiezan a salir arruguillas alrededor de los ojos y que hay que empezar a cuidarse, que ya tiene 30. Le digo que la dependienta ha tenido que flipar y me dice que sí, que la tía debía pensar como yo, porque le había dicho que con un poquillo que se echase bastaba, que él "aún no lo necesitaba mucho", pero que aún así, había sido muy maja y le había regalado un neceser lleno de muestras. Sólo hay una persona a la que le gusten más las muestras que a MBlue y a MeriPeich: a Lauren. Vamos, que marchaba él pa'casa encantando con los potingues.

Le contesté que, obviamente, y como buena vendedora, la muchacha habría visto el filón y por eso le había regalado las muestras. Si con 30 recién cumplidos - que fijo que se lo contó - venía a por contorno de ojos, éste en dos años le compra el corner de Biotherm enterito para él solo. Se rió él y me dijo: "bueno, eso y que también la hice reír". Ahí es donde me empezó a dar miedito y pregunté: "¿qué le dijiste?", y Lauren me contestó: "nada, que si las cremas eran buenas, seguro que volvía, y que fijo que lo eran porque ya se veía que ella tenía la piel muy tersa". Ter-sa, con dos cojones, a una jovencita de El Corte Inglés.

Y en esas estaba yo, recuperándome de mi segundo ataque de risa consecutivo y diciéndole que es un crack, cuando me dice como para justificarse: "Negra, que necesitaba desfogarme un poco, que esta semana he estado muy nervioso con las entrevistas de trabajo, como son en inglés y eso... pues me tenso más". Claro, claro, le digo yo, es normal, pero bueno, tú hablas inglés bien y seguro que te salió guay... "sí, sí - me interrumpe con el tono mucho más animado- que además lo que hice fue tomarme un tranquilizante un rato antes y así la hice mucho más relajado". ¿Tranquilizante? ¿ para una entrevista de trabajo ¡¡en inglés!!?? "Bueno, un relajante no - me corrige - me tomé un Lexatín". Ahí, ojiplática del todo y en medio del tercer ataque de risa, empecé a pensar en la combinación de cremas y pastis, y sólo atiné a decir: "tú lo que eres es un Drugstore Cowboy, Lauren, y lo que tienes, es mucho vicio".

Él se empezó a reir y sólo añadió una palabra: "sí".
Genio y figura.

martes, 19 de octubre de 2010

El seductor

Imaginaos la escena. Madrid, Gran Vía esquina con Montera, sábado noche, 6.05 h, 6ºC y 0 taxis. Después de 20 minutos intentando parar un taxi que no llegaba decido echar andar calle abajo, dirección Cibeles y que sea lo que la EMT quiera (a poder ser un buho que llegue prontito). Por el camino sólo parejas. O los solitarios no cogen taxis (¿por eso no lo encontraba yo?), o ahí pilló cacho hasta el apuntador a pesar de que Gallardón se empeñara en cerrar los bares a las 3.30 h. Aunque ahora que lo pienso... a lo mejor fue eso, igual con el frío, la gente se arrimó más.

El caso es que, más o menos ligera, me baje Gran Vía hasta Alcalá, y de ahí a Cibeles sin encontrar una luz verde que llevarme a los ojos. Terminé en la parada del 20 a las 6.35 h., mi bus había pasado hacía dos minutos, no sabía cuánto quedaba para el siguiente y estaba jodida de frío. En ese momento llega, por partes, una cuadrilla de tíos. En el inicio de la treintena y borrachos, muy borrachos. Se ponen a mi vera y, el más borracho – y más guapo – de todos me mira y se tambalea, y no por mi belleza precisamente. Por si la vomitona decido dar un paso atrás y esconderme detrás del cristal de la marquesina. Llamadme cobarde si queréis...

Y en esas estaba yo cuando por el flanco izquierdo (el de la cuadrilla) se me aparece un tipo nuevo con cara de despistado. Mira el cartel de los buses, mira a la carretera, vuelve a mirar el cartel de los buses, me mira a mi y dice: “perdona, es que tengo que llegar a Cuzco y no sé muy bien qué autobús tengo que coger”. Y yo, que a veces parezco nueva, en lugar de decirle, “pues chico, pregunta a un guardia”, me puse a mirar los carteles por él (como si no supiera leer) y a decirle pues éste no, éste tampoco, ni éste... y tres marquesinas más allá seguía diciendo lo mismo con el tío detrás. Entonces, justo en ese momento, caí en que el que va a Cuzco es el 27 (¿qué recuerdos, eh Api?) y que el 27 se coge en otra parada, cruzando la carretera. Se lo digo y el tipo sigue mirándome fijamente. Por educación, le sonrío y vuelvo a mi marquesina. El tío viene detrás y me dice: “¿te importa que te acompañe mientras esperas el bus?.

A partir de aquí, si yo fuera una tipa con suerte, el desconocido perdido con cara de despistado sería en realidad Jon Kortajarena, muerto de frío y lejos de casa. Yo le hubiera invitado a mi cama y Api (que es la que ponía la casa) lo hubiera entendido dadas las circunstancias. Sólo para que el chico no muriese congelado, you know. Pero como no lo soy, el muchacho en cuestión ni tenía frío, ni estaba lejos de casa y, lo que es peor, después del numerito de interpretación de los carteles, no supe como decirle que se perdiera. El tío me dijo que esperase un segundo, se fue a despedir de los colegas – sí, era de la cuadrilla del guapo borracho – y volvió a mi vera. Qué queréis que os diga... mi cerebro congelado no daba para más. Así que me consolé a mi misma pensando que no parecía peligroso y lo mismo así se me hacía la espera más corta. Me equivoqué.

A la vuelta el tipo se vino arriba y empezó a soltar su discurso de seductor. Que si estaba recién aterrizado de Londres, que si había quedado con sus amigos de siempre para salir por Madrid como en los viejos tiempos, que si no se había dado cuenta de cuánto lo echaba de menos hasta esa noche... y ahí, cuando estaba a puntito de tocarme la fibra sensible, va el tío y suelta que la noche ha sido “entrañable”. ¿¿¿¿¿¿Entrañable?????? Me faltó un ruido de fondo chirriante como en los dibujos animados... ¿lo estaba diciendo en serio?... sí, lo hacía. Además parecía buscar feedback, así que – con la voluntad bajo cero ya a esas alturas – se lo dí: yo también estaba de reencuentros en Madrid esa noche, bla, bla. No le importaba, a los dos segundos me estaba preguntando: “¿te puedo hacer una pregunta muy personal?”

Y digo yo... si a vosotras un tío a esa hora y en esas circunstancias os pregunta eso, ¿qué habríais pensado?. Pues lo mismo que yo, que quería saber si tenía novio, así que le contesté que él preguntara, que ya veríamos a ver si le respondía. Y el tío disparó: “¿tú dónde has perdido más peso, en Irlanda o aquí en España?”.

¿Peso?, ¿perder?, ¿¿¿¿¿me estás llamando gorda hi-jo-de-la-gran-pu-ta???? ¿así quieres ligar tú?, pero el tío seguía entornando los ojitos en plan seductor. No me estaba llamando gorda o, en su defecto, me intentaba hacer ver que a él no le importaba que lo estuviera, entendía que unos meses fuera causan ese tipo de problemática.... no me quedo claro.

Siguiente pregunta: “¿qué edad tienes?”. Too much for me, babies. Le miré y sólo acerté a decirle: “mal”. No entendió y yo repetí: “mal, así mal”. Siguió sin entender y le aclaré: “no le preguntes a una tía la edad hombre, y menos cuando tiene pinta de no cumplir ya los 25” (...y menos aún cuando la acabas de llamar gorda). Lo intentó arreglar diciendo que me echaba 29...

En ese momento llegó el 20. Él, convencido de su encanto personal, aún me dio dos besos antes de subir al autobús...

lunes, 27 de septiembre de 2010

Memorias de una dependienta

Pues se acabó... Se acabaron las cortinas, los estores, los paneles japoneses y esas persianas de screen que tanto se llevan ahora y tanto me han hecho sufrir. Adiós a las alfombras de pelos, a las de lana tejidas a mano, a la moqueta con goma y a la de fibras naturales. No más sábanas 100% algodón, ni tampoco las de mezcla con un 50% de poliéster. Bye bye figuritas, marcos de fotos, cajitas de corazón envueltas para regalo y cojines de Hello Kitty. Hasta la vista papeles pintados y catálogos de telas. Sayonara muebles. Mi época de dependienta ha tocado a su fin.

Para la memoria quedarán mi look de cenicienta cuando, al llegar cada mañana, me ataba la coleta para pasar la escoba y la fregona; las primeras cortinas que vendí (de cocina, blancas, con lunares de colores y volantes); la vez que metí la pata y, justo después de haberles enseñado la pieza de cuerpo presente, aseguré sin pestañear que el tiempo de demora en hacer las cortinas dependía de lo que tardaran en mandarnos la tela; mi poco arte planchando; las sonrisas que le echaba al transportista de Chronoexprés; el día que “coloqué” una funda nórdica de hace 25 temporadas o ese otro que intenté “revolucionar” el marketing directo del negocio colocando en el suelo para el fin de semana alfombras de distintos tamaños.

En el olvido almaceno los interminables dolores de piernas; el día en que las cortinas de la clienta más maja del verano quedaron mal; aquella tarde en que la pija tacaña de turno me llamó “mala profesional” por no querer hacerle el trabajo sucio; esas otras en que mi compañera no me dirigía la palabra; y también la tarde que me entraron ganas de matar a una pareja de viejos que, después de deslomarme a conciencia, se fueron sin comprar ni una de las alfombras que me habían hecho enseñarles (cargando con ellas, se entiende).

De este largo y cálido verano de cortinas y colchas me quedo con la admiración por mi mejor amiga (a la sazón mi jefa en estas semanas) y cómo se lo curra para que de ahí coman una docena de familias; de mi propia capacidad de adaptación al medio - sí, esa que sonreía y decía con acento pejino aquello de “¡qué lin! ¿vaya guapa que te ha quedado la colcha, eh???”, era yo -; mi empatía por todos aquellos curritos de sábado a los que les llueve el ansiado domingo; una especie de tic que me hace analizar todas las cortinas que veo; y la firme promesa de no ir con mi madre a comprar las cortinas de mi futuro hogar conyugal, si es que alguna vez lo tengo.

El final del verano, por fin, llegó.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

semos frikis

podría hacer de corrido un listado de entre 15 y 20 cosas catalogables como "de no creerse" que he visto este verano, pero entre todas me quedo con un tipo de 25-30 años apoyado en una valla en una playa de conil mientras se quitaba la arena de los pies, pechaca al aire, en cuyo brazo se había tatuado 11-VII-2010, y encima la estrella de campeones mundiales.

domingo, 22 de agosto de 2010

Esos pequeños placeres...

Esta semana he tenido un par de momentos de esos a los que antes no dabas importancia y ahora disfrutas tanto que hasta te parece que esa que está ahí gozándola, no eres tú. Son cosas tan pequeñas, tan insignificantes, que para la mayoría pasan desapercibidas, hasta para ti lo hacían hasta hace poco, pero de repente, los redescubres y, sospecho, nunca volverán a ser ignoradas por su pequeño tamaño.

El primero fue el miércoles pasado. Llegué de trabajar y al abrir la puerta del salón, ahí estaban todos: mi madre, sentada planchando frente a la tele, mi padre tirao en el sofá como si se hubiera caído del techo, y mis dos hermanos, uno – el mayor – tirado al lado de mi padre en su misma postura (cada día se parecen más), y el otro – el pequeño, que en realidad es mayor que yo, pero es el pequeño de los dos chicos – sentado en el otro sofá, contando a todos cómo le había ido el día. Cuando vi la escena sólo dije “¡qué!”, solté el bolso y fui corriendo (sin que se notara para que el momento no se rompiera), a sentarme en al lado del que estaba hablando. No creo que ellos fueran conscientes, pero hacía años que no estábamos así: los cinco solos. No había mujeres, ni hijos, ni amigos, ni novios, ni perros, ni vecinos... sólo estábamos nosotros, con vidas tan diferentes a las de entonces, pero en la misma postura, todos alrededor de mi madre mientras ella hace algo (cocinar, planchar...) y el resto – que no ayudamos demasiado, pero damos mucha conversación – escuchando cómo el pequeño cuenta sus peripecias del día y opinando.

El segundo ha sido hoy. Se han ido todos. El verano se ha casi acabado y la casa se ha quedado vacía. Cuando mi hermano el mayor y su family se van (viven en un pueblo de Madrid), el pequeño y la suya, que viven aquí, también vuelven a su casa en lugar de estar todo el día en la de mis padres, o sea, en ésta. Así que después de casi un mes de ruidos continuos, hoy a eso de las cuatro y media, mi padre se ha ido a la cama a echar la siesta, mi madre se ha pirao al bar a echar la partida con las amigas y yo – ¡¡¡al fin!!! – me he quedado sola con la tele, el sofá y el silencio todos para mi.

Que, además, en un canal digital programaran “Orgullo y Prejuicio” sólo ha podido ser una señal de que todo va a ir bien.

miércoles, 28 de julio de 2010

Mi vida sin mi

La peli así titulada me pareció muy buena, y también muy triste. No digo yo que la mía actual, mi vida quiero decir, sea así de triste, pero siempre he sufrido de titulitis aguda y, últimamente, esas cuatro palabras “mi vida sin mi”, me vienen un día sí y otro también en la cabeza.

Os cuento. Al final tanto amagar, cambié de vida y estoy vendiendo cortinas. El cambio es momentáneo (¡¡espero!!) y sólo van a ser dos meses, pero cuando estoy intentando colocar alguna tela y la señora de turno (nos visitan pocos caballeros) me mira a los ojos y me dice “tú como profesional, ¿qué opinas?” pues me da por pensarlo.

¿Qué qué opino? Pues mire señora, opino que es usted más agarrada que un chotis, que 20 euros el metro confeccionado y colocado no es nada y que, además, tiene mal gusto, un mal gusto supino diría yo. ¿Qué cómo quedarían unas cortinas hechas con un cuadrado de tela pegado con velcro al cristal de la ventana para un salón? Pues mal señora, mal, quedarían mal. Pero como “profesional” sonrío, intento volver a poner los ojitos del derecho y le digo: “hombre, nosotros no recomendamos las telas pegadas con velcro, como mucho lo hemos puesto en el fijo de alguna cocina, pero en un salón...” y ahí tiras de silencio valorativo.

Al final, cuando la señora se ha ido, hasta te ríes, total... desde que te has levantado tu día ha sido: desayunar corriendo (además de cambiar de vida se me ha ocurrido la brillante idea de ponerme a régimen estricto, con lo que el desayuno es sí o sí); cabrearte conduciendo (esto es un pueblo y van todos lentísimos); volverte a cabrear porque no encontrabas aparcamiento (esto es un pueblo sí, pero de playa y en verano); abrir la tienda y pasar las dos primeras horas agarrada a un palo, el de la escoba o el de la fregona (que coges o sueltas en función de las veces que suene el teléfono); y después (con los pies destrozados) sonreír y dar tu “opinión profesional”. Al llegar a casa no descansas mucho porque no tienes silencio pero mira, te han hecho la cena y tienes alguien a quien contárselo.

Por eso, cuando el “mi vida sin mi” me ahoga, intento pensar en mi otra vida, la de ciudad, esa en la que sólo trabajaba, iba a la compra y cocinaba, y me hago a la idea de que esto no es tan distinto: vivir para currar. La diferencia, aparte de que me cocinen, es que luego llega un día como hoy, un miércoles tonto en el que las autoridades cántabras han decidido poner una fiesta regional que hace que tú libres y, para eso estás en el pueblo, puedes ir a la playa a disfrutar del descanso y la soledad que tanto te gustan. Peeero... resulta que en el pueblo también tienes dos sobrinas preadolescentes a las que habías prometido que, en cuanto tuvieras un rato, las hacías caso y, al final te ves en la playa con ellas dos y la amiga, de pastora.

Menos mal, que en el fondo sigues siendo tú y cuando, tras ponerte en plan madrecita y pronunciar la frase: “pues no, no os dejo que vayáis a dar una vuelta por donde la Cruz Roja”, una de ellas – la mayor – te pregunta por qué, te oyes a ti misma diciendo: “porque no me da la gana, porque tienes 11 años y una cosa es intentar ligarse a los chavales del barrio y otra intentarlo con los socorristas de 24... esos, son para mí”.

domingo, 11 de julio de 2010

Hoy

Queda poco más de una hora para el partido y estoy de los nervios. Llevo días rumiando un post en el que me metía con los demagogos que, en lugar de decir simplemente “no me gusta el fútbol, ¿qué pasa?”, cuando les ponen una cámara de televisión delante empiezan a sermonear sobre si hay cosas más importantes como las guerras o el hambre en el mundo, o, claro está, la crisis.

Que sí hombre que sí, que eso lo sabemos todos, pero estar contento un ratito no le hace mal a nadie y si tú no disfrutas con eso, pues ya está, que no es obligatorio ni ver el partido ni alegrarse, pero tampoco lo contrario, porque a ellos no les guste el fútbol, los demás tampoco somos unos borregos. Y para muestra un botón, pequeño extracto de la columna de Javier Marías de hoy en El País a propósito de este tema:

“Quienes desdeñan el fútbol y lo ven como cosa de "hordas" no parecen haberse parado mucho a pensar en la alegría o tristeza desinteresadas que provoca en millones de personas a la vez. Que un equipo gane o pierda no nos va a cambiar a ninguno la vida: al que le vaya mal le seguirá yendo mal y el que sea feliz no verá mermada por una derrota su felicidad esencial. Nadie será más rico ni más pobre por eso, nadie saldrá del paro ni ingresará en él. Y sin embargo, en qué pocas ocasiones salta la gente de júbilo al mismo tiempo, o baja la cabeza con melancolía y dignidad. El efecto de la victoria o de la derrota no es duradero, digamos que se desvanece a las cuarenta y ocho horas. Más o menos como el efecto que nos produce la visión de una gran película, o la lectura de una deslumbrante novela, o escuchar una música sobrecogedora, o la contemplación de un cuadro turbador. Tampoco en el arte nos va ni nos viene, respecto a nuestra vida personal. Abrimos la cubierta de un libro, se apagan las luces de un teatro o de un cine, y sabemos que aquello no nos atañe de veras, que nos prestamos a una conversación. La emoción que experimentamos es también desinteresada, y la exultación o la desolación que sentimos a su término son sólo simbólicas, vicarias y artificiales, pero a veces más punzantes que las de la vida real. No podemos desdeñarlas.”

Nunca lo habría expresado mejor.

El 8 de la selección ha dicho que “España ya es campeona, sea cual sea el resultado de la final”. Estoy de acuerdo. No sé vosotros, pero yo no me voy a perder ese ratito de felicidad y siempre recordaré este mundial en el que llegamos a la final y yo me enamoré de Xavi.