domingo, 22 de agosto de 2010

Esos pequeños placeres...

Esta semana he tenido un par de momentos de esos a los que antes no dabas importancia y ahora disfrutas tanto que hasta te parece que esa que está ahí gozándola, no eres tú. Son cosas tan pequeñas, tan insignificantes, que para la mayoría pasan desapercibidas, hasta para ti lo hacían hasta hace poco, pero de repente, los redescubres y, sospecho, nunca volverán a ser ignoradas por su pequeño tamaño.

El primero fue el miércoles pasado. Llegué de trabajar y al abrir la puerta del salón, ahí estaban todos: mi madre, sentada planchando frente a la tele, mi padre tirao en el sofá como si se hubiera caído del techo, y mis dos hermanos, uno – el mayor – tirado al lado de mi padre en su misma postura (cada día se parecen más), y el otro – el pequeño, que en realidad es mayor que yo, pero es el pequeño de los dos chicos – sentado en el otro sofá, contando a todos cómo le había ido el día. Cuando vi la escena sólo dije “¡qué!”, solté el bolso y fui corriendo (sin que se notara para que el momento no se rompiera), a sentarme en al lado del que estaba hablando. No creo que ellos fueran conscientes, pero hacía años que no estábamos así: los cinco solos. No había mujeres, ni hijos, ni amigos, ni novios, ni perros, ni vecinos... sólo estábamos nosotros, con vidas tan diferentes a las de entonces, pero en la misma postura, todos alrededor de mi madre mientras ella hace algo (cocinar, planchar...) y el resto – que no ayudamos demasiado, pero damos mucha conversación – escuchando cómo el pequeño cuenta sus peripecias del día y opinando.

El segundo ha sido hoy. Se han ido todos. El verano se ha casi acabado y la casa se ha quedado vacía. Cuando mi hermano el mayor y su family se van (viven en un pueblo de Madrid), el pequeño y la suya, que viven aquí, también vuelven a su casa en lugar de estar todo el día en la de mis padres, o sea, en ésta. Así que después de casi un mes de ruidos continuos, hoy a eso de las cuatro y media, mi padre se ha ido a la cama a echar la siesta, mi madre se ha pirao al bar a echar la partida con las amigas y yo – ¡¡¡al fin!!! – me he quedado sola con la tele, el sofá y el silencio todos para mi.

Que, además, en un canal digital programaran “Orgullo y Prejuicio” sólo ha podido ser una señal de que todo va a ir bien.

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