
Ayer cuando España ganó la Eurocopa volví a sentir esa felicidad que se siente con esas cosas que en realidad no van a hacer que tu vida sea mejor en nada, pero que te suben el ánimo. Es como ver al doctor macizo en Anatomía de Grey, sabes que tú no te lo vas a tirar, pero disfrutas de las vistas.
Me quedé en casa a verlo, en casa en mi pueblo y, para que el día fuera completo, me fui a una comida popular a base de cocido montañés (*). Ahí me empecé a sentir un poco más vieja – y no sólo por lo que me costó digerirlo, que me costó – sino porque por allí me crucé con gente a la que no veía desde octavo de EGB, y con sus hijos, que me sacan ya cabeza y media.
Después vino lo del fútbol, y esa sensación de que cuando alguien te pregunte dentro de 40 años tú vas a ser capaz de decir exactamente qué hacías y con quién estabas en ese momento. Me ocurrió lo mismo con la séptima del Madrid. No recuerdo la octava ni la novena (bueno el gol de Zidane, sí), pero aquel gol de Mijatovic, cómo lo celebré y dónde estaba, lo recuerdo perfectamente. Y ahí, pensando en el futuro, me sentí un poquito más mayor.
Cuando he llegado a trabajar esta tarde (después de 400 km y una mañana a cuenta de mis vacaciones para poder verlo en casa), mi calendario de Benedetti tenía esta cita:
“Sólo hasta ayer
fui joven
hoy
empecé a ser viejo”
Y ahí me he acordado del destino y todas esas cosas que tanto me gustan, y luego he pensado que sí, que algo mayores ya nos vamos haciendo...
Después he venido a casa y he puesto la tele, y entre gritos de “campeones”, “sí, sí, sí, la copa ya está aquí”, “a por ellos” y “podemos” he visto como un chaval de 20 años catalán perdido agitaba la bandera española como un poseso, y como todo el mundo a su alrededor hacía lo mismo, y lo he vuelto a pensar.
Yo de la bandera soy devota lo justo, la verdad. De hecho me encanta que la marea sea roja y no rojigualda, pero he de reconocer que hace justo una semana, mientras escuchaba los discursos de los líderes del PP en su dichoso congreso nacional, me entró pelín de sentimiento patrio mientras cuchicheaba malencarada por mi casa – a mis padres les va la droga dura y ven Intereconomía TV - que qué coño se habían pensado esos gilipollas, y que españoles no son sólo ellos.
Hoy me ha quedado claro que no, que no son solo ellos, y creo que la imagen más clara ha sido ver a un tío que lleva el 8 a la espalda bajo el nombre Xavi decir: “¡Viva España!”. Me ha encantado, la verdad. El momento ha tenido para mi algo de histórico y mucho de adiós a los tópicos, pero el momento hubiera sido momentazo si, igual que estaban la andaluza de Ramos o la asturiana de Villa y Cazorla, junto a la española hubieran estado, por ejemplo, la canaria, la catalana de ese Xavi o la ikurriña del otro Xabi, el que se escribe con b. Vamos, que todo el mundo hubiera podido agitar la suya sin problema, y no estoy tan segura de que – de haberlo intentado – hubiera sido así.
Supongo que los pasos hay que darlos de a poquito para no caernos. Ahora la Eurocopa, cuando ganemos el mundial ya se verá si ese “cómo hemos cambiado” es de verdad.
Yo para acabar sólo quiero añadir mi "viva" particular:
¡¡¡¡VIVA EL PELOCHO!!!!
(*) Para quien no conozca el cocido de mi tierra, es a base de alubias blancas, berza, morcilla, chorizo y tocino, caloría pura, vaya.