
Mientras lo gritaba, al otro lado de la puerta oía alto y claro la voz de un compañero hablando por el móvil. Como por más que gritaba y pedía ayuda, Mr. Smiley parecía no darse por aludido, Meripeich se ha recompuesto y ha cambiado de táctica. Con éxito, porque, como era de esperar, al final de la escalera de emergencia... estaba la calle. Así que, una vez fuera de la trampa, se ha armado de valor – y del director de seguridad en funciones – y ha vuelto a subir para coger lo que tenía que coger.
Al llegar arriba se han encontrado con que, junto a la puerta, seguía Mr. Smiley con su eterna simpatía: “¿Qué tal Meripeich? ¿Sabes que esa puerta no se puede abrir?”. Después de flipar y pensar “¡¡¡¡¿¿perdona??!!!!”, Meripeich le ha contestado: “claro Mr. Smiley, lo sé – eso y leer también - pero es que tengo que coger algo de ahí dentro”. Y él ha insistido: “ya pero es que esa puerta no se puede abir”. Entonces, no sin cierto susto, ella ha formulado la pregunta del millón: “¿me has oído cuando pedía ayuda?”. A lo que Mr. Smiley ha contestado: “claro, gritabas muy alto”. “¿Y no me has abierto?” – ha flipao ella – “es que esa puerta no se puede abrir, lo pone en el cartel” – ha dicho él.
Un ciudadano modelo. Eso es lo primero que he pensado cuando Meripeich me lo ha contado. De los que no quedan. De esos que ven un cartel y lo respetan. De esos que ven a alguien ahogarse y no se tiran porque al lado del muelle hay un cartel donde se lee: “prohibido el baño”.
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