viernes, 18 de octubre de 2013
A la mierda Diógenes
¿Sabéis esas veces que, de alguna forma necesitas... "liberarte"?
Yo acabo de hacerlo... 10.533 mensajes sin leer en mi cuenta de hotmail (sí, sí, además de otras 5 cuentas, aún manejo hotmail, qué queréis que os diga... soy una sentimental ;) y de pronto, sin encomendarme ni a dios ni al diablo he pulsado el botón mágico que llevaba sin pulsar desde... ¿2004? Mon dieu!!
En el trabajo lo hacía para encontrarlos rápido, volver sobre ellos... aquí lo empecé a hacer para leer mensajes de amor - o de vicio, según fuera el remitente -, pero... claramente, se me fue de las manos.
Al principio marcas ese mensaje en el que te dicen algo bonito y que te pone de buen humor nada más leerlo. "Es bueno tenerlo a mano - piensas - por si necesito una inyección de moral y no la he podido tener en directo". Luego cuando las palabras bonitas pasan a la historia no lo quieres borrar porque... tú no eres rencorosa, lo pasado, es pasado, pero forma parte de ti, mola tener buenos recuerdos... en fin, autoengaño de ese que gastamos las sufridoras en casa, y no los borras no, pero es que tampoco les quitas la marca de "no leídos" y ahí se quedan, acumulando polvo (bueno, de eso ya no, que habíamos quedado en que ya no te decían cosas bonitas).
El polvo de verdad llega luego, con el mail que te manda ese que bonitas, te va a decir las cosas justas, pero guarras todas las que tú quieras... y oye, a veces eso también te da una inyección de moral así que... "marcar como no leído". Suma y sigue. Venga vicio.
Y claro, el vicio es lo que tiene, que se extiende... y en vez de centrarte en el vicio útil, te acabas dispersando y te dejas llevar por el inútil, y el "marcar como no leído" se convierte en parte de ti.
Un día dejas marcado ese super descuento que hoy no puedes aprovechar para mirarlo mañana; mañana por supuesto no usas el descuento, ni lo miras, pero marcas el de la contraseña de otro sitio al que te has apuntado para que te sigan mandando ofertas; y luego un aviso del banco; y después una notificación de Facebook para que no se te olvide contestar,... y así...
Así hasta que sin saber cómo estás acercándote peligrosamente a los 1.000 "mensajes sin leer", y en ese momento piensas "no voy a llegar, en cuanto tenga un momento me pongo y reviso los que tienen que estar marcados y los que no".
Pero... el momento - como tantos - nunca llega, y tú sigues dándole a ese botón como si fuera una condena. Un día y otro y otro... y se acercan los 5.000, y vuelves a pensar que no, que antes de llegar revisas. Pero no lo haces, y el número de no leídos sigue aumentando y, de pronto, te descubres con "9.999 mensajes sin leer" ahí bien visibles, remarcados en negrita en tu bandeja de entrada y sólo a ti se te ocurre pensar "a los 10.000 no llego" (sí, os juro que tuve el valor de tener ese pensamiento). Y entonces, durante 2 días te esmeras en leer, e incluso borrar, todos los mails que te van llegando, pero el tercero ya no tienes tiempo, o ganas, o ni el uno ni las otras, y vuelves a sucumbir a tu síndrome de Diógenes virtual y sigues acumulando correos.
Entonces, cuando has pasado de largo los 10.000 un día piensas "Negra, no te engañes, sabes que NUNCA vas a volver sobre ellos", pero... sigues sin decidirte.
Y de pronto llega un día como hoy en que hablas por teléfono con Las Nenas y mientras lo haces, ellas están en un bar y tú delante del ordenador viendo esa bandeja de entrada con 10.533 mensajes marcados y piensas... "¿¡pero qué c**o hago arrastrando mierda como una lunática!?".
Y, de pronto, como si imaginarte allí con ellas te hubiera pulsado alguna palanca invisible, sin pensarlo dos veces pinchas en:
Ver > No leídos > Seleccionar todos > Marcar como leído
Ya está. Así de fácil. A la mierda Diógenes. Los 10.533 mensajes están leídos.
Eres libre. Libre de los que te querían mucho, pero no tanto; de los que te deseaban pero sólo para un rato; de las ofertas que ni tienes dinero para comprar ni talla para entrar; de los viajes que no puedes hacer; de los cursos que no tienes tiempo para estudiar; eres libre de todo...
Bueno, de todo no, aún está marcado el de acordarte de pagar el IVA este lunes, de ese de momento no me libra ni dios, pero... dadme tiempo ;)
jueves, 29 de agosto de 2013
Estilosa de pueblo
Ser estilosa de pueblo es lo que tiene, que lo eres, pero no lo transmites... en los pueblos tienen - estoooo... ejem, tenemos - esa (¿mala?) costumbre de llamar a las cosas por su nombre y así no se puede.
Porque vamos a ver... digamos que eres alta, rubia, con tipazo, ojos verdes, es viernes por la tarde-noche y llevas puesta una falda a media pierna de paillettes doradas con camisa blanca masculina, taconazo y un clutch-sobre. Lo que una bloguera de moda llamaría un "outfit ideal" para una inauguración, en un pueblo se llama "dónde va esta con la camisa del marido y una falda de lentejuelas como si fuera a un estreno de cine".
Si fuera una chica de ciudad y tuviera su propio blog de moda (ella lo llamaría egoblog) el look tendría muchos comentarios, más RTs en Twitter e infinitos "Me gusta" en Facebook e Instagram. Pero en el pueblo le acaba de servir para que, de aquí a los restos sea conocida como "la Beckham" ("los Beckham" si va con el marido y le ha vestido a juego para la ocasión).
Lo mismo pasa con el pantalón del chándal. Ahora resulta que se llevan, al más puro estilo Pantoja, con americana y tacones como si tal cosa... look sporty, lo llaman. Que oye, lo ves puesto ahí en las revistas y tiene un pase (bueno, va, medio sólo, yo es que soy muy fan de los pantalones de chándal), pero luego a ver quién tiene el valor de presentarse así en un bar a tomarse una caña un viernes la nuit, por ejemplo.
Aún así, estoy segura de que lo hace una tipa similar a la ya mencionada en un bar de ciudad y, salvo alguna risita de algún tío - porque seguro que, antes de que acabe el mes, la moda ésta sale en la típica lista de "modas que no les gustan a ellos" -, salvo eso, al resto (o sea, a la mayoría de tías) lo que nos pasaría sería aquello de pensar "hortera sí va, pero cómo la sienta el chándal a la muy hija de p**a". Así, tal cual.
Ahora traslademos el supuesto, con la misma rubia, al mismo pueblo del caso anterior (verídico, por cierto) y... ahí la cosa cambia. En un pueblo, un chándal es un chándal, y da igual cómo lo llames o con qué calzado te lo pongas. En un pueblo, en ese mismo bar, además de la divina de turno habrá - fácil - otras tres o cuatro personas (si es viernes puede que más) que también llevarán chándal y pondrán el de la rubia a la altura del populacho, convirtiendo su "outfit sporty" en un "arreglá pero informal" acompañado de risita.
Y es que... ser estilosa de pueblo es difícil hasta cuando lo eres sólo de boquilla, porque como me dijo mi sobrina el otro día después de que yo alabara su "look casual y sporty, muy rollo revista de moda":
"Tía... ¿voy en chándal, eh?"*
* Esto, dicho poniendo los ojitos del revés y cara de mi tía ha perdido el oremus.
Pues eso.
Porque vamos a ver... digamos que eres alta, rubia, con tipazo, ojos verdes, es viernes por la tarde-noche y llevas puesta una falda a media pierna de paillettes doradas con camisa blanca masculina, taconazo y un clutch-sobre. Lo que una bloguera de moda llamaría un "outfit ideal" para una inauguración, en un pueblo se llama "dónde va esta con la camisa del marido y una falda de lentejuelas como si fuera a un estreno de cine".
Si fuera una chica de ciudad y tuviera su propio blog de moda (ella lo llamaría egoblog) el look tendría muchos comentarios, más RTs en Twitter e infinitos "Me gusta" en Facebook e Instagram. Pero en el pueblo le acaba de servir para que, de aquí a los restos sea conocida como "la Beckham" ("los Beckham" si va con el marido y le ha vestido a juego para la ocasión).
Lo mismo pasa con el pantalón del chándal. Ahora resulta que se llevan, al más puro estilo Pantoja, con americana y tacones como si tal cosa... look sporty, lo llaman. Que oye, lo ves puesto ahí en las revistas y tiene un pase (bueno, va, medio sólo, yo es que soy muy fan de los pantalones de chándal), pero luego a ver quién tiene el valor de presentarse así en un bar a tomarse una caña un viernes la nuit, por ejemplo.
Aún así, estoy segura de que lo hace una tipa similar a la ya mencionada en un bar de ciudad y, salvo alguna risita de algún tío - porque seguro que, antes de que acabe el mes, la moda ésta sale en la típica lista de "modas que no les gustan a ellos" -, salvo eso, al resto (o sea, a la mayoría de tías) lo que nos pasaría sería aquello de pensar "hortera sí va, pero cómo la sienta el chándal a la muy hija de p**a". Así, tal cual.
Ahora traslademos el supuesto, con la misma rubia, al mismo pueblo del caso anterior (verídico, por cierto) y... ahí la cosa cambia. En un pueblo, un chándal es un chándal, y da igual cómo lo llames o con qué calzado te lo pongas. En un pueblo, en ese mismo bar, además de la divina de turno habrá - fácil - otras tres o cuatro personas (si es viernes puede que más) que también llevarán chándal y pondrán el de la rubia a la altura del populacho, convirtiendo su "outfit sporty" en un "arreglá pero informal" acompañado de risita.
Y es que... ser estilosa de pueblo es difícil hasta cuando lo eres sólo de boquilla, porque como me dijo mi sobrina el otro día después de que yo alabara su "look casual y sporty, muy rollo revista de moda":
"Tía... ¿voy en chándal, eh?"*
* Esto, dicho poniendo los ojitos del revés y cara de mi tía ha perdido el oremus.
Pues eso.
viernes, 31 de mayo de 2013
Momentazos

¿Sabéis esas temporadas que todo te sale mal? Que cada novedad es mala y piensas aquello de “ya no me puede pasar nada más” pero te pasa – algo malo, se entiende – y para tu sorpresa descubres que sí, que podías aguantar aún más y, aunque putas las ganas que tienes de hacerlo, te vuelves a levantar de la cama y sigues.
Cuando eso te ha pasado alguna que otra vez seguir es un poco más fácil, no por costumbre – qué va, afortunadamente a lo malo no se acostumbra uno nunca – sino más bien porque sabes que ya estuviste mal y luego, sin darte cuenta de cómo, llegaste a estar bien, incluso hubo momentos después que lo tuviste todo.
¿Os ha pasado alguna vez?, ¿un momento en el que todo está en su sitio?, ¿un momento de esos en que piensas que “aquí y ahora” no podrías pedir más?, ¿un momentazo?.
A mi sí, alguna que otra vez. Algunos, la mayoría, fueron fugaces: cañas al sol un lunes de curro por la mañana en Cádiz, un “te quiero tía” dicho por tus sobris un mal día, el típico martes glorioso que acaba el miércoles a la hora de ir a trabajar, un sábado que empezó raro y terminó con Api et moi frente al gin-tonic perfecto en una terraza de Salamanca, hasta el subidón que te dio el otro día cuando ese blogger con el que te-casarías-mañana-sin-haberle-visto-la-cara-en-la-vida se molestó en contestarte para decir que tu comentario le “encanta”… esos ratitos.
Pero luego están esos otros momentos que se convierten en buenos tiempos, temporadas en las que… todo te sonríe, la salud, el curro, la suerte… por sonreírte te sonríe hasta el guapo. Qué coño, estás que lo tiras. Y es ahí cuando piensas, “uff, es que me va todo bien” y, estás tan arriba que de pronto, miras abajo y te entra tremendo vértigo.
Si esto fuera un blog de autoayuda me tocaría deciros que no le tengáis miedo a vuestra propia felicidad, bla, bla, bla… pero no lo es… así que os diré lo que ya sabéis: aprovechad el subidón mientras dure, que para caernos – y volvernos a levantar – siempre estamos a tiempo. Sobre todo porque la putada es que la caída, no siempre depende de nosotros.
Pd. D.E.P. el greñudo y guapo marido italiano de R. Sánchez Silva, encarnación en papel couché de lo que yo considero un auténtico momentazo, con su correspondiente vértigo.
jueves, 13 de septiembre de 2012
Desayuno con diamantes
Bueno, parece que ya llega, parece que - si el tiempo y la autoridad no lo impiden - en 9 días estaré en Madrid.
De visita claro, podría ser precioso, pero de momento es sólo bonito.
El caso es que estaba hoy desayunando y de pronto me ha venido a la cabeza "cuando vaya a Madrid voy a ir a desayunar al Vips, como una reina".
Un desayuno francés. Esto no lo he pensado, pero es parte del placer. Desayuno francés con café solo, el croissant a la plancha y un extra de zumo de naranja y papaya, y el periódico claro, pero ese no entra en el precio.
Pensaréis que es una tontería, que bares y croissants a la plancha hay en todas partes y que si el zumo no lleva papaya tampoco es el fin del mundo. Pensaréis además que al final – no sé si conocéis la sensación, pero así es - hasta en el Vips te miran raro cuando comes o, sobre todo – fenómeno inexplicable -, cuando desayunas sola. Pero no... eso en un pueblo no lo puedes hacer.
Aquí te mirarían más y más raro; si el bar fuera conocido - y para sentir placer irías a uno que te gustase, luego a uno habitual – al verte el camarero te daría charla para que no te sintieras sola y, si no, la catástrofe: entraría algún conocido que te diría aquello de "¿qué? ¿ te estás tomando el café sola?" y acto seguido pediría un con leche mientras se sienta a tu vera arruinando toda posibilidad de disfrute.
Así que, ladies and gentlemen, madames et monsieurs, señoras y señores, no sé exactamente cuál, pero un día en un futuro muy muy cercano, voy a entrar en un Vips, me voy a comprar el periódico y luego me voy a atrincherar en una mesa de las abrigaditas, donde ves mucho y se te ve poco, a disfrutar de un desayuno absurdamente caro para su calidad y deliciosamente anónimo para mi disfrute.
Pd. acabo de descubrir, mientras escribía, porque el croissant untado en un café en vaso de cartón en manos de Audrey Hepburn tenía tan buena pinta…
De visita claro, podría ser precioso, pero de momento es sólo bonito.
El caso es que estaba hoy desayunando y de pronto me ha venido a la cabeza "cuando vaya a Madrid voy a ir a desayunar al Vips, como una reina".
Un desayuno francés. Esto no lo he pensado, pero es parte del placer. Desayuno francés con café solo, el croissant a la plancha y un extra de zumo de naranja y papaya, y el periódico claro, pero ese no entra en el precio.
Pensaréis que es una tontería, que bares y croissants a la plancha hay en todas partes y que si el zumo no lleva papaya tampoco es el fin del mundo. Pensaréis además que al final – no sé si conocéis la sensación, pero así es - hasta en el Vips te miran raro cuando comes o, sobre todo – fenómeno inexplicable -, cuando desayunas sola. Pero no... eso en un pueblo no lo puedes hacer.
Aquí te mirarían más y más raro; si el bar fuera conocido - y para sentir placer irías a uno que te gustase, luego a uno habitual – al verte el camarero te daría charla para que no te sintieras sola y, si no, la catástrofe: entraría algún conocido que te diría aquello de "¿qué? ¿ te estás tomando el café sola?" y acto seguido pediría un con leche mientras se sienta a tu vera arruinando toda posibilidad de disfrute.
Así que, ladies and gentlemen, madames et monsieurs, señoras y señores, no sé exactamente cuál, pero un día en un futuro muy muy cercano, voy a entrar en un Vips, me voy a comprar el periódico y luego me voy a atrincherar en una mesa de las abrigaditas, donde ves mucho y se te ve poco, a disfrutar de un desayuno absurdamente caro para su calidad y deliciosamente anónimo para mi disfrute.
Pd. acabo de descubrir, mientras escribía, porque el croissant untado en un café en vaso de cartón en manos de Audrey Hepburn tenía tan buena pinta…
jueves, 10 de mayo de 2012
¡¡Díos mío, esto es un infierno, no siento las piernas!!
No, esta vez no han sido ni Stallone ni Pepelu... El último en pronunciar esta frase ha sido un “joven de origen africano” – un negro de toda la vida – que ha sufrido en sus carnes cómo la ya conocida como “la ninfómana de Munich” volvía a las andadas.
Hace unos días leí, oí o vi – no lo recuerdo exactamente – una noticia en la que contaban que un hombre había llamado a la policía para que le rescatara de las garras de una mujer a la que había conocido en un bar y le estaba obligando a follar sin parar (bueno, vale, en la noticia decían “mantener relaciones sexuales”). El caso es que, incapaz de seguir su ritmo y ante el acoso de la mujer, después del octavo el hombre se refugió en el balcón y llamó a la poli para que le sacaran de allí.
Un trago, sin duda. Los ocho polvos (“sin sacarla”, como dijo aquel) con los que todo el mundo sueña, para disfrutarlos, para presumirlos o para ambas cosas, acabaron convertidos en pesadilla y - me temo que ni el humor alemán le salvará de ello - en el hazmerreír nacional, europeo… y quién sabe si mundial.
El caso es que hoy una compañera me manda por correo una noticia con este titular:
“La ninfómana de Munich vuelve a las andadas
La Policía tuvo que rescatar a un joven africano al que obligó a tener sexo durante 36 horas seguidas y que encontraron frente al portal desnudo y llorando”.
Parece que esta vez la ninfómana de Munich (no me digáis que el nombre no suena a peli de nazis y campos de concentración) quiso probar el mito del hombre negro. Y no sabemos si confirmó lo que todos estamos pensando, pero parece que la negra (sí, somos superiores ;-P) supera en resistencia a la raza aria, porque casi acaba con él, es cierto, pero esta vez, el chico pudo escapar cuando ella “por fin cayó rendida” (el periódico dixit).
Al parecer, esta vez la policía no lo encontró en el balcón, sino en la calle, enfrente del portal de la mujer, en pelotas y desconsolado. Según el Daily Mirror (y El Correo, que es donde lo he leído yo), sus “declaraciones” a los agentes fueron:
“Ella me invitó a venir a su casa. Dios mío, era un infierno. No puedo caminar, necesito ayuda”.
Pd. Recomiendo encarecidamente la lectura de la noticia de El Correo, el uso del adjetivo de Eva Molano (la periodista que lo firma) me parece una obra maestra, desde hoy mismo soy super fan suya :)
http://www.elcorreo.com/alava/20120508/mas-actualidad/sociedad/ninfomanamunich-201205080911.html
sábado, 19 de noviembre de 2011
Mi reflejo

“Soy la típica amiga folclórica que cuando se emborracha no para de hablar y nunca se come un rosco.”
Y de pronto he pensado: “qué fuerte esa soy yo, sólo que no callo ni sobria…”.
Con lo difícil que es autodefinirse, lo sencillo que se pone cuando otro lo hace por ti.
lunes, 31 de octubre de 2011
Doble rasero

Una cosa bien.
El caso es que la conversación se alargó tanto porque, además del “que me gusta el chisme” a LaGarbo y a mi nos dio por preguntarnos por qué unos tanto y otros tan poco, o mejor, por qué hay gente a la que se le perdona todo mientras a otros – por el mismo delito – se les condena al vacío social. Mi teoría final es que las diferencias de clase siguen existiendo y perdonamos al que consideramos por encima de nosotros pero nunca al que consideramos igual o menor. Juzguen ustedes mismos...
El chisme fresco del sábado era del pueblo de al lado. La mujer de uno de los narcos locales – ahora mismo huido de la justicia aunque se rumorea que está en Bilbao cantándole el lalalá a la policía -, esta chica digo, imputada por la misma redada de la que huyó el marido porque en casa había el típico cóctel de droga, dinero y armas, en lugar de guardarle la ausencia, se ha liado con el excandidato del PP a la alcaldía local, ahora con su propio partido conservador y defensor de la familia. Dicen que ya viven juntos con la hija de la chica – se libró del talego porque tenía una menor a su cargo - , claro que para eso el candidato del partido adalid de la familia ha dejado a la suya en casa. Señora y dos hijos, la pequeña de anteayer – la madre de la criatura aún no se ha reincorporado de la baja de maternidad- vamos, como se dice por aquí: recién parida.
Hasta ahí… bien. Allá cada cual con su vida, su escala de valores, y su hipocresía. Pero el caso es que al mismo tiempo – para que digan que en los pueblos nunca cambia nada – esta chica ha abierto una tienda que al parecer está de bote en bote, con gran alegría para el saldo final del negocio.
Y es aquí donde yo me paré a pensar que, pocos meses después de que el marido de ésta saliera pitando y la dejara en casa con el dinero, la niña, la coca y la pistola, poco después digo, pillaron a otro narco local. Este soltero y sin hijos, pero con madre. No le pillaron droga, no le pillaron dinero, no le pillaron armas, pero le pillaron a él, le entalegaron y allí sigue. Justo un mes antes, su madre había abierto un bar. Trabajaba de cocinera en otro y se decidió a alquilar uno para llevarlo ella… el pueblo entero (en este caso el mío) debió de decidir por unanimidad que la madre de un narco no necesita comer ni pagar facturas, así que desde que detuvieron al hijo y a pesar de la fama de sus pinchos, casi nadie pasa por allí. Ahí se ha quedado, aguantando el tirón por algo en lo que no tenía nada que ver, a no ser que haber parido hace algo más de 30 años se considere delito.
Por qué a una nadie la culpa de hacer la vista gorda con los chanchullos del marido y en cambio a la otra le hacen pagar las culpas de un hijo que hace mucho que se fue de casa, se plantea como un misterio ante mis ojos. ¿Por qué la que un juez ha imputado por delito de narcotráfico y encubrimiento triunfa, mientras la que no tiene nada que ocultar se hunde? Pues, después de darle muchas vueltas y completamente en clave marxista, yo sólo le encuentro una explicación: la lucha de clases.
La primera es una niña bien del pueblo. Si la miras bien no es ni muy alta, ni muy rubia de verdad, ni muy guapa, ni siquiera es rica, pero su padre está muy bien relacionado gracias a su trabajo en uno de los “centros sociales” de la jet local y ella siempre lo ha sabido aprovechar para rodearse y codearse con la crème de la crème autóctona. Ella es esa que siempre hemos querido ser las chicas de pueblo: la pobre que llega “a algo”. Que ese algo sea casarse con un tío con pasta o aprobar una oposción a juez, nos da un poco igual...
La segunda es una tía normal, que de joven se puso el mundo por montera y se divorció cuando aún te señalaban con el dedo y, no contenta, se volvió a casar, esta vez con un médico. Otra pobre que llega “a algo” pensaréis… pues no. El médico era médico, pero no era rico, así que no cuenta y además, después se volvió a divorciar, la muy…
Así que mientras la una se pasea, pendiente de juicio, ante la mirada cotilla pero admirada de todos que, ya de paso, luego van y compran algo en su tienda, la otra, la que tiene que ir a ver al hijo a la cárcel, siente la misma mirada inquisidora de forma permanente sobre su nuca pero mientras, ve como pasan los meses y no saca ni para el alquiler del local.
Yo, personalmente, no lo entiendo.
viernes, 30 de septiembre de 2011
La soledad era eso

Como la vida va y viene y por el camino, se entretiene, he aquí que desde mis últimos días de Irlanda hasta ahora (hace un huevo de eso, lo sé), mi relación con el Gambas había mejorado sustancialmente. Y no hablo sólo de la parte que todos probablemente estaréis pensando, que también, sino más bien de esa otra que teníamos olvidada: hablar de vez en cuando, pedirnos favores, algún consejo… ser amigos supongo, o al menos, algo que se le parece.
El caso es que, consecuencia del buen rollo reinante, en medio del verano me sorprendí a mí misma acordándome de él bastante a menudo y pensando de cuando en cuando si MBlue no tendría razón, si lo que tenía que hacer era dejarme de historias y juntarme con él, que es un tío que sabe lo que quiere y a dónde va, con el que me llevo bien, con puntos afines, gustos comunes y que además, me pone. En sus palabras, “es el hombre perfecto para ti, lo que pasa que no quieres verlo”.
Yo, más que no querer, es que directamente no lo veía, pero también es cierto que entre otras cosas que el tiempo y el espacio han atenuado, ese no verlo era porque al final siempre acabamos discutiendo. Sin embargo, ya os digo, en los últimos tiempos no. Últimamente el buen rollito campaba a sus anchas entre nosotros así que al final, zas, en un momento de bajón – maldito tiroides – acabé creyéndome lo que MBlue me decía. O casi.
Porque, a pesar de tenerlo muchos días a huevo para probar a ver si ese era el camino ni uno sólo lo intenté, y no fue miedo no, fue prudencia. O quizá sí que fue miedo, pero no al fracaso, sino miedo de mi misma, miedo de al final “conformarme”, algo que siempre he pensado que no era bueno hacer cuando hablamos de parejas. Luego pensaba en el acto de arrogancia suprema que era pensar que me estaba conformando yo - ¿por qué no él? o ¿quién ha dicho que te vaya a decir sí? – y volvía a contenerme pensando: “si un día estás segura 100% de que eso es lo que quieres, se lo dices, pero mientras, espera”. Total que un día por otro, el porcentaje nunca se completaba y yo estuve calladita y a mis cosas, que bastantes eran.
Y así llegó la Feria, momento culminante en la agenda anual del Gambas y yo, cumplidora como la que más, le deseé buena feria y continué con el buen rollismo imperante y él me siguió la corriente. Tanto que los tweets de coña y hashtag corrían como los mojitos de la feria entre nosotros, hasta que un día escribí algo “inapropiado”. En su opinión, claro está.
Después de que él hubiera tuneado su perfil en Twitter con unos moñetes típicos del traje regional de su tierra, mi mensaje fue algo así como “como molan los moños, la pena es no poder verlos en directo”. Error. Fail. Game over…
Se enfadó y procedió a afearme la conducta en privado (el Twitter no es para charlar me dijo, obviando que me llevaba yo leídas todas sus charlas de la feria), pero vamos… ese no es el punto. El punto es que su problema era que, una mente calenturienta que me conozca a mi, a él y a la feria de su pueblo, quizá pudiera pensar que una vez en un tiempo muy lejano habíamos estado juntos y eso no le convenía a su reputación 2.0.
Tal que ahí me di cuenta. Por eso sé que no es para mi. Porque me llama cuando me necesita, a su manera me aprecia, si le pido un favor siempre me lo hace, pero se avergüenza de mi. Tanto, que se agobia ante la posibilidad de que alguien nos relacione, siquiera virtualmente. Y lo vi claro, no es que MBlue no tenga razón, la tiene; sobre el papel es el hombre perfecto pour moi, pero no basta con eso y yo lo sé. Pero lo terrible de todo es que, por un momento, se me había olvidado y ahí es donde caí en que… la soledad era eso.
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