martes, 16 de septiembre de 2008

La contracultura

Más que amor, lo mío con los libros es frenesí. Los libros no sólo me gustan, los libros me ponen. Necesito tenerlos alrededor, verlos ahí, saber que si los quiero leer sólo tengo que alargar la mano y empezar. No tengo tiempo material para leer todos los que tengo, o lo que es lo mismo me gasto en ellos mucha más pasta de la que debo. Por eso, cuando este verano me llegó un mail diciéndome que había ganado un concurso en Internet cuyo premio era un cheque regalo de 150 euros para gastar en la Casa del Libro me puse ni tan contenta. Después de varios mails más y una llamada, por fin el viernes pasado me acerqué a la tienda de Gran Vía, una de las más grandes que Casa del Libro tiene en Madrid.

Si os gustan los libros, aunque sea un poquito, os podréis imaginar que cuando crucé la puerta rozaba la felicidad. Veinticinco mil pelas para gastarme en libros así, de la tacada, un momento que – si La Primitiva no lo remedia – es posible que sólo vaya a vivir una vez en la vida. Así, con el peso de mi historia sobre los hombros, me acerqué al mostrador de atención al cliente, y ahí fue donde me empezaron a joder la musiquita de violines que yo oía de fondo.

Como las librerías me encantan, siempre me acerco a ellas con la idea preconcebida de que trabajar allí tiene que ser la bomba. La tipa que me atendió me borró esa ingenua idea con la primera mirada, pero la segunda, la que me echó después de decirle yo eso de “vengo a recoger una tarjeta regalo que he ganado en un concurso de Internet”, esa me dejó claro lo que ella, mujer culta que por eso trabaja en una de las mejores librerías de Madrid, opinaba sobre mi, pobre inculta que sólo ha puesto un pie allí porque es gratis.

Odio esa mirada. Me revienta. Me pudre la gente que piensa que aquellos que no tienen su “cultura” no tienen clase suficiente para que ellos les dediquen un mínimo de atención. Ese tipo de gente, como la dependienta de la Casa del Libro, en un acto de narcisismo sin par, suele subestimar al “inculto” que tiene delante, y eso, no deja de ser un error de ignorante. A esa, y a otros como ella, alguien les debería explicar que la cultura no se mide por tu currículum, ni por tus posibles títulos universitarios, ni siquiera por los muchos o pocos libros que hayas leído, sino por lo que sabes y, sobre todo, por lo que estás dispuesto a aprender.

La obra de grandes literatos, grandes músicos y grandes pintores fue despreciada en su época. ¿Eran incultos sus contemporáneos o eran tan “cultos” que lo despreciaron por no cumplir sus expectativas? ¿Quién es más inculto, aquel que no lee, o aquel que no lee entre líneas?

Me viene a la cabeza mi abuelo, un tipo borrico como él solo. Un hombre cerrado de miras que se murió sin ver Madrid – la gran ilusión de su vida – y que siempre pensó que sus nietos los que estudiaban perdían el tiempo, mientras que los que aprendieron a ordeñar estaban haciendo algo importante con su vida. Probablemente mi abuelo murió sin saber quién era Leonardo da Vinci, pero nadie en su pueblo mataba el chon* como él. Le llamaban de todas las casas para hacerlo, porque que fuese él, y no otro, el que metiera el cuchillo en la yugular del animal garantizaba más sangre, o lo que es lo mismo, más morcillas. No deja de ser curioso que las matanzas, eso que mi abuelo hacía mejor que nadie, sean ahora “cultura” y que desde ese Madrid que no conoció se monten excursiones para ir a verlas, como si fueran museos o catedrales.

Si la cultura es ser como la dependienta de la casa del libro, yo me apunto a la contra.

*chon: cerdo en cántabro.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Facebook me mata

Antes no me atraía, de hecho me apunté única y exclusivamente porque Api me lo pidió, pero ahora... ahora vivo sin vivir en mi. Añado amigos, comento fotos, reencuentro gente... estoy encantada de haberlo conocido, pero... me estreso.

Recuerdo que cuando me hice el perfil y vi que Api era una especie de vampira que luchaba contra hombres lobo, me asusté. No entendía nada de nada, pero pensé que con el tiempo y el uso me haría con ello. Ha pasado el tiempo, ha cambiado el uso, y yo me sigo asustando.

El otro día uno de mis contactos me mandó un regalo, filloas de sangre, y claro, me acojoné. Os pongo en situación: no soy experta en gastronomía, no entiendo gallego y la última y única vez que he estado en Galicia fue hace unos 20 años para ir a ver a Juan Pablo II (te quiere todo el mundo) y cantar aquello de “yo tengo un gozo en el alma, ¡¡grande!!”. Total, que leí lo de la sangre y la ídem se me heló en las venas.

Como dato de interés añadiré que el muchacho que me mandó el sangriento regalo me gusta un poco y, descartados los pasillos del curro, facebook es el único sitio donde puedo hacerme la simpática, pero claro... ¿cómo responde una de forma amigable a semejante obsequio?

Al final – google mediante – descubrí que las tales filloas son un estupendo postre muy apreciado en tierras gallegas, así que resultó que el muchacho no me mandaba una amenaza al más puro estilo siciliano, sino un dulce pa mis morros. Las normas de la cortesía dictan que hay que agradecer los regalos, así que decidí buscar la manera de hacerlo y en facebook la forma más rápida es descargarte tú también la aplicación con la que te han enviado el regalito, así que procedí.

Después de un arduo trabajo (no sé vosotros, pero yo no me entero con las dichosas aplicaciones), el resultado fue que podía optar por:
- devolverle otras filloas de sangre y quedar como una simple
- devolverle un pulpo a la gallega y... sin comentarios

Total, que me estresé y en un ataque de actividad facebookiana acabé haciéndome fan de Enjuto Mojamuto e invitándole a él a bajarse “What Lost Character Are You?” (no sin antes comprobar que yo soy Kate, eso sí). Que una se estresa... pero no tanto ;-P

jueves, 4 de septiembre de 2008

Para todo lo demás

Iba a empezar a diciendo eso de:

Cena:
40 euros
Copas a granel:
60 euros
Nokia 6111:
110 euros

Que la noche acabe en una casa con un montón de macizos descamisados… no tiene precio.

Pero, cosas que pasan, el Nokia lo paga la empresa, la cena también la pagó la empresa, las copas ídem y los macizos se quitaron las camisas por voluntad propia.

Que yo inmortalizara el momento, olvidara completamente que lo había hecho y que nueve meses después – en la oficina y con ellos trabajando a pocos metros – descubra por accidente que tengo en el móvil la foto de dos compañeros de trabajo bailando en calzoncillos, eso… eso sí que no lo tiene.

viernes, 29 de agosto de 2008

Me la juego con Spanair

A mí la cosa del volar no me gusta desde hace muchos años. Temo especialmente ese momentico tan delicado del despegue cuando parece que el avión no puede levantar el culo. Pues bien, hoy marcho a Menorca con Ndru, y volamos con Spanair, asi que supongo que saldremos por la famosa pista 36L. Procuraré meter las manos en un cubo para no empapar la alfombrilla del suelo del avión.

jueves, 28 de agosto de 2008

La lucha de clases

Hay días que, cuando llego a currar, pienso que si el difunto Marx levantara la cabeza se volvía al hoyo derechito. Que en el siglo XXI siga habiendo gente dispuesta - por voluntad propia y yo diría que incluso con gusto – a ser el vasallo de un señor del tres al cuarto, me sigue pareciendo, cuando menos, sorprendente. Y cuanto más lo pienso, más creo que la única diferencia entre el feudalismo y la época actual, es que al siervo ahora le llamamos Smithers .

El Smithers de mi empresa es el segurata de la puerta (también conocido como “El Ídolo”). El tío vale para todo: lo mismo te riñe por fumar en la puerta, que te monta unas sillas o controla el aire acondicionado. Una joya que, a veces, hasta vigila la puerta y controla las visitas. Lo peor es que ni el susodicho está en nómina – vivan las subcontratas –, ni su señorito es siquiera el equivalente del Sr. Burns sino, concretamente, uno de sus familiares políticos (cuñaaaaaaaoooo).

El caso es que a la familia política de Burns se le ocurrió la brillante idea de montar una especie de túnel de lavado en el garaje del edificio (túnel que consiste en un inmigrante, un grifo, un desagüe, jabón robado, y una cuerda llena de trapos secando a modo de tendedero gitano), pero la gestión del invento corre a cargo de “El Ídolo”. Él se encarga de organizar los turnos, robar el jabón de la cocina y buscar nuevos clientes cuando el negocio decae.

El martes, mi segundo día después de la rentrée, llego a currar y, una vez más – y ya iban cinco – me encuentro con que no puedo aparcar porque la cola de coches del túnel de lavado, me lo impide. Tal fue mi descontento que, al subir, no pude menos que mostrarlo frente al gerente. Resumiendo: le dije al Ídolo que me estaba empezando a cansar y que a ver si le decía al personal que no dejaran el coche en fila como si esto fuera un restaurante con aparca.

Y él, en otro de sus momentos inenarrables, me mira, me sonríe y me dice: “ay, ¿no podías aparcar?, es que no tengo cámara y no lo veo?”. A lo que yo respondo: “da igual Ídolo, yo esto ya te lo he dicho más veces, y seguimos igual”. Y él contesta: “es que el coche es de un jefe”. En este punto yo, además de preguntarme cómo sabía que el coche era de un jefe si no lo estaba viendo, me indigné, y le solté un: “¿qué es de un jefe? ¿y a mi qué?”, que si llega a ser un dardo envenenado acaba con sus huesos en el suelo.

Que no hay vasallo sin señor, es una gran verdad, pero de igual forma, sin vasallos no habría señores. En un libro autobiográfico que he leído en vacaciones, la autora cuenta que cuando ella era pequeña, en su casa trabajaba como sirvienta una joven comunista que siempre repetía que a la primera criada y a la primera señora tendrían que haberlas ahorcado juntas, frente a frente, para evitar todo lo que vino después.

Cuando el martes el Ídolo me dijo eso, con esa cara de servilismo baboso que pone al decirlo, lo vi claro: dos árboles, dos horcas, y él y su señorito frente a frente. A la mierda la lucha de clases. Y que Marx me perdone.

jueves, 21 de agosto de 2008

He vuelto a hacerlo

No soy yo de hacer listas de buenos propósitos a principios de año o de curso, pero esta vez he sucumbido. Con los ojos infectados de ver tanto cuerpo serrano este veranito ayer decidí apuntarme a un gimnasio. De esos que en media hora te limpian la conciencia y te llenan de agujetas.
Iré contando progresiones, en caso de haberlas.

viernes, 8 de agosto de 2008

¡¡VIVAN LOS NOVIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOS!!


Bueno... pues no sé si acertaremos exactamente con la fecha, pero seguro que andamos bien cerca :-)

Estimado Hombre Que Rasguña Desde Muy Muy Lejos... que sea usted muy feliz.

Con nuestros mejores deseos
Api & LaNegra

pd. durante unos días del mes de agosto permaneceremos cerrados por...
¡¡¡¡VACACIONES!!!!

jueves, 7 de agosto de 2008

Intimidad

Nunca he sabido si soy tímida. Creo que no demasiado, al menos para relacionarme, aunque quizá es sólo porque para mi la vergüenza es otra cosa. Soy capaz de decir la palabra follar cien veces seguidas sin sonrojarme y también de esconderme porque por el pasillo de la oficina viene un chico que me gusta y me he puesto roja. A todo esto, of course, el tío no tiene ni idea de que yo tengo el más mínimo interés en él, vamos, que ni se entera si me pongo roja o verde oscuro, ni de por qué mis amigas se descojonan de mi. El caso es que el otro día salí pronto de currar y vi una cosa en la tele, que me hizo pensar en la intimidad, o al menos en lo que yo considero intimidad.

En el programa, que se llama algo así como Mujeres y hombres y viceversa. Es el típico de estos de citas. Un chico (al menos en el cachito que yo vi) tiene varias citas con varias chicas y debe decidirse por una. Por lo poco que aguanté, me parece que incluso va eliminando por programas en plan mundial de fútbol, hasta llegar a las dos finalistas. Supongo que en versión tía también existirá – y si no, a la ministra van – y alguna mujer con menos vergüenza que yo, elegirá entre cuatro tíos delante de las cámaras.

Lo soporté unos cinco minutos. No, no os confundáis, no fue porque el programa sea puritita telebasura, qué va - me doblo muchos Dónde estás corazón? sin problema -, la razón de que no pudiera soportarlo fue que empecé a sentir vergüenza. Las cámaras estaban delante cuando el tío o las tías, decían las típicas cosas cursis que se dicen cuando te estás ligando a alguien y que yo sólo soy capaz de decir a un tío en puro, absoluto y privado directo. De repente me imaginé a mi misma grabada por una cámara cuando se me pone “ese tonillo” y sentí tanta vergüenza que cambié de canal.

A ver, que no es que yo no lo diga, ni que me parezca mal que lo digan los demás. Es sólo que yo eso se lo digo al interesado y punto. No siempre me pasa, pero sí me ha pasado alguna vez que si un tío me gusta mucho me pongo caramelito completa – no sé si me explico – pero lo hago porque es algo como... como ajeno a mi. Es como si la del caramelito fuera otra y no yo. Tampoco me importa, ya he aprendido a no asustarme cuando Candy Candy habla a través de mi boca, es sólo que no me gusta que lo oiga nadie que no sea el interesado o – inevitablemente – yo misma (aunque creedme que muchas veces no me importaría ahorrármelo).

Para mi eso es super íntimo. Tanto o más que contar qué he hecho en la cama con un tío. Es algo que no me gusta contar. Puedo contar que follamos, alguna vez he llegado a contar – sólo en momentos de auténtica confesión – cuántos polvos cayeron aquella vez, pero no cuento qué hice ni cómo. Eso es cosa mía y del contrario, y lo que yo le diga al oído o a gritos, que lo mismo da, también.

Por eso cambié de canal. Porque mi intimidad es mía, y viceversa.